lunes, septiembre 13, 2010

El tambor de hojalata

La carretera remonta una abrupta colina que se levanta sobre la planicie de la costa sur del Líbano. Son las primeras estribaciones de las montañas que separan a la costa del valle de la Bekaa. La pendiente es muy pronunciada pero el asfalto de la carretera es nuevo. Pasamos algunas aldeas adosadas a la ladera montañosa, son pequeños núcleos de población que la estrecha carretera atraviesa. Vemos alguna tienda y algún bar dónde la gente para su coche sin preocuparse de la viabilidad de paso para los demás vehículos, esto dificulta la circulación dado que hay dos sentidos, obligándonos a parar continuamente para dejar pasar a algún coche en sentido contrario.

También vemos muchos niños que juegan o simplemente pasean por la carretera con un sinfín de armas de fuego de juguete: Kalashnikov, recortadas, pistolas, revólveres… parece que aquí no existe otro tipo de pasatiempo. La carretera prosigue su ascensión hasta lo alto de la colina, disfrutando unas vistas excepcionales de toda la costa, de las altas montañas del Antilbano, de los Altos del Golán e Israel, la Palestina ocupada. Allí, en la cima, se encuentra ubicada Mleeta, el Museo de la resistencia, el parque temático que Hizhbolla acaba de inaugurar con los deshechos de la guerra de 2006. Se ha construido en el antiguo refugio de la milicia, un nido de águilas escarpado e inaccesible.

Dejamos los coches en un parking y nos dirigimos a la entrada principal. Todo huele a nuevo y a gran inversión económica por parte del partido de Dios. Nada que envidiar a algunos complejos lúdicos similares en Occidente, solo que aquí no hay ni Patos Donalds ni Mikies, hay tanques y armas incautadas al ejército israelí, colocadas en un inmenso recinto para uso y disfrute de la población aledaña. Todo al servicio del aparato propagandístico del partido chií. La tranquilidad y la nitidez de un cielo azul de septiembre no hacen más que incrementar la surrealista sensación que produce el lugar.

Una rampa de acceso lleva a una gran plaza donde se encuentra el monumento conmemorativo que tiene por nombre The Abyss : una pasarela en espiral nos conduce desde la superficie hasta un foso en el cual se encuentran diversos restos de armamento israelí, formando una grotesca sinfonía de desperdicios militares, en el centro de la misma una lápida con la estrella de David y un mensaje en hebreo que parece estar dispuesto para ser visto desde el aire, es decir, para ser leído por los aviones espía del país vecino. Justo al lado de este apocalíptico memorial se encuentra un edificio que recoge más equipamiento del ejército invasor además de unos paneles informativos que marcan unas coordenadas precisas de puntos neurálgicos de Israel a los cuales la milicia Chií puede golpear en caso de ataque al Líbano. Farol o no, impresiona.

La atracción más interesante es la que se conoce como The Pathway, se trata de un recorrido entre un bosque mediterráneo que sigue la línea de trincheras y los Bunkers que utilizó Hizhbolla en la guerra de 2006, permite ver una serie de galerías acondicionadas para poder imaginar como era la vida de los milicianos durante el conflicto. También hay ametralladoras de grueso calibre, misiles antiaéreos y morteros, camuflados en medio de la espesura junto a maniquíes vestidos de guerrilleros. Los visitantes, familias enteras en su mayoría, parecen disfrutar del surrealista escenario como si de un picnic dominical se tratase. El final del camino termina en un mirador suspendido en la cara sur de la colina, la más escarpada, y desde la cual se ve el país vecino.

Volvemos a Beirut descendiendo la carretera y vemos de nuevo a los niños jugar con las armas de juguete. Empezamos a entender por qué no parece haber otro tipo de diversión para ellos ni para sus padres.

martes, agosto 31, 2010

El corazón de las tinieblas

Vuelvo a Beirut tras un largo mes en Barcelona. Llego de madrugada, como es habitual en los vuelos que proceden de Europa. Más que un aeropuerto, el International Rafik Hariri parece un “after”. A diferencia de los aeropuertos occidentales, en este su mayor actividad se concentra en las horas intempestivas de la madrugada.

Recorro en taxi las calles vacías del sur de la ciudad, los suburbios de mayoría Chií. Hay cierta actividad nocturna debido al Ramadán, algunos cafés abiertos a pie de carretera donde comprar cigarrillos o algún refresco. Algunas personas caminando por la calzada bajo las amarillentas y pálidas luces del alumbrado público, diletantes y sin rumbo concreto. Espectros sin rostro difuminados a la luz de las farolas.

El taxi recorre veloz, y con poco respeto por las normas de circulación, los escasos kilómetros hasta el barrio cristiano de Achrafieh. Estoy en Beirut. A medida que nos adentramos en esta parte de la ciudad los signos de actividad se reducen al mínimo, mostrando una faceta todavía más fantasmagórica y desolada de Beirut que me lleva a recordar los últimos acontecimientos que han tenido lugar durante mi ausencia. Me informan de que nada ha cambiado: los atascos, los bocinazos, el calor húmedo, las largas noches de verano, los bares y cafés llenos hasta la bandera y cómo no, los comunicados de Nashrala cada martes por la tarde. Siguen los ecos de oriente en occidente siempre tan distorsionados por nuestra ignorancia. Y cómo no, siguen las grúas y las operaciones de estética, el hormigón y la silicona. El verdadero material que alimenta los lúbricos sueños del Líbano.

El Líbano, el país enfermo al borde del colapso y a las puertas de Europa, aquejado del mismo mal que el Imperio Otomano padeció en los albores de la Primera Guerra Mundial. Quién sabe, quizá haya mucho de eso, al fin y al cabo este país no deja ser parte de los restos del naufragio de aquel tambaleante gigante con pies de barro. Su gran pecado fue creerse Occidente en Oriente. Como el Líbano.

Llegamos a casa y al bajar del taxi, la sofocante sensación de humedad estancada lo invade todo, provocando un silencio denso y tenebroso. El taxista ayuda a descargar las maletas y dice que no tiene cambio de un billete de 50 dólares. Es su discreta y elegante manera de exigir la propina, conocemos la estrategia y la aceptamos. Demasiado tarde para discutir. El taxista guarda el dinero en su bolsillo diciendo -Welcome to Liban sir-, sube a su coche y lo veo marchar rápidamente dejándonos solos en medio de la nocturna soledad urbana, mientras en la lejanía retumban unos fuegos artificiales en medio de la noche...o eso creemos. Pues eso, bienvenidos al Líbano.

viernes, julio 23, 2010

¿Quién mató a Kennedy?

A través de una pantalla plana, en una sala repleta de periodistas, Hassan Nashralla dio ayer jueves 22 de julio su última conferencia, la segunda en una semana. El líder de Hezhbolla, emitiendo probablemente desde algún lugar en los suburbios del sur de Beirut, salió de su escondite para volver a mostrar su capacidad y dominio de la comunicación, su manejo de los tiempos y su indudable olfato y pericia en crear puestas escena efectistas e impactantes. Su capacidad de oratoria, el tono de su voz, las estudiadas pausas y la utilización del léxico adecuado y preciso hacen de él lo más parecido a un líder político de fuste en el Líbano, al menos desde el asesinato de Rafik Hariri.

Su figura siempre estará vinculada a la guerra de 2006, cuando Hezhbolla hizo frente a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. En aquel momento se ganó la estima de una gran parte de los libaneses, por encima de religiones y comunidades, tanto de cristianos como musulmanes. Un país que todavía vivía en aquellos momentos impresionado por la violenta muerte en 2005 de Rafik Hariri, su más carismático presidente desde la guerra civil.

La guerra de liberación, que así se ha denominado en el Líbano el conflicto que hubo al sur del río Litani entre milicias Chiis y el ejercito israelí y que acabó con la retirada en desbanda del ejercito israelí. Para Israel el control del sur del Líbano representaba el acceso al bien más preciado de Oriente Medio, el agua, la cual abunda en el Líbano,al igual que las armas. Desde 2006, técnicamente la guerra sigue, pues ninguna de las partes ha capitulado ni ha reconocido su derrota.

La muerte de Hariri tuvo como consecuencias más inmediatas la retirada de las tropas sirias que había en el país, las mismas tropas que habían entrado en él en 1990 para poner fin a 15 años de absurda y surrealista guerra civil, y que desde entonces habían tutelado la paz y controlado la política del país.Tras el atentado una gran parte de la población libanesa levantó el dedo acusador contra Siria, culpándola del asesinato del presidente, otra parte de la población, como es lógico en este país, se posicionó a favor de Siria, y entre ellos Hezhbolla. La otra consecuencia fue la creación de un Tribunal especial internacional que tenía el objetivo de aclarar quien o quienes fueron los culpables. Al poco tiempo estalló la guerra de liberación y Hezhbolla reaccionó con sus milicias, financiadas y apoyadas desde Irán y Siria. Al finalizar la guerra, la popularidad del Partido de Dios estaba en su momento más alto incluso para quienes habían acusado a Siria de la muerte de Hariri, y contra todo pronóstico su líder emblemático, Hassan Nashralla, no dio el paso final hacía el poder. ¿Olfato político o error de cálculo? Nadie lo sabe, en cualquier caso Hezhbolla ofreció una muestra de su fuerza y protagonismo en la escena política en mayo de 2008 ocupando el barrio de Hamra, un toque de atención a las demás fuerzas políticas: con ellos había que contar si querían un país en paz.

Tras 2 años de aquello, la sombra alargada de Hariri ha vuelto al Líbano y con ella el recuerdo de su violento final. Su hijo, Saad Hariri, es ahora el primer ministro del Líbano y Hezhbolla continua como la única milicia armada legal del país y formando parte del gobierno del Líbano. El Tribunal Internacional que ha investigado el atentado parece estar llegando al final de su investigación y anuncia su dictamen para el próximo otoño, y por filtraciones parece apuntar hacía el Partido de Dios. El carismático líder reaccinó el pasado sábado a través de una de sus medidas y calculadas conferencias via televisión, negando la participación de Hezhbolla en el atentado y acusando al Tribunal de proyecto de Israel para desestabilizar al país.

El Líbano enmudeció y la clase política volvió a ser consciente de su fragilidad: Hezhbolla no es el grupo terrorista que dice Israel pero también es cierto que su milicia, reforzada a lo largo de estos años con el pretexto de la defensa de la frontera sur, es un elemento de inestabilidad más para el país junto con los refugiados palestinos. De nuevo el miedo a un nuevo descenso a los infiernos se ha revelado en toda su crudeza en el país de los cedros. Ayer jueves, Nashrralla, desde su escondite, volvió a ofrecer una nueva conferencia que pretendía ser aclaratoria y tranquilizadora con respecto a la del sábado y lo único que generó fue mayor incertidumbre. Durante la misma las calles de Beirut estaban desiertas, pues cuando habla el líder de Hezhbolla hasta los israelíes escuchan.

Mientras esto sucede la prensa española sigue ocupada en su edificante intercambio de acusaciones entre PP y PSOE y sesudos análisis de estatutos e identidades varias.

viernes, julio 09, 2010

La insoportable levedad del Ser

La casera nos recibió en la puerta con un impostado saludo en francés acompañado de una forzada sonrisa, propia de gente orgullosa que en un tiempo fue alguien pero que por circunstancias de la vida, ahora debe sobrevivir y para ello ha de ser servicial pero sin parecerlo. Nos hizo entrar en su casa y nos condujo directamente a un salón mal iluminado, nada extraño dada la potencia eléctrica existente en el país.

Entonces empezó el examen- ¿Dónde vivían ustedes antes de estar en Ashrafiye?- soltó, mi cabeza rápidamente recordó la calle Hamra y el barrio suní donde habíamos vivido tan felices hasta ahora- Vivíamos en Ashrafiye también, cerca de la rue Damascus, como españoles y católicos es donde nos encontramos más cómodos- respondimos, empezaba el juego del gato y el ratón- Eso es cierto, aquí en este barrio todos somos buenos cristianos y todos nos conocemos- sonó a inquietante aviso para navegantes- Eso nos gusta y nos reconforta pues nos hace sentir como en casa- Mentira, si hubiésemos querido sentirnos como en casa nos habríamos quedado en Barcelona.

Ella vio que el terreno era propicio y creyó que jugaba en campo amigo, entonces decidió mostrarnos sus principios- Si, aquí se vive muy bien, no como en otras partes de Beirut, aquí todo está limpio, no como en otros barrios- faltó añadir musulmanes, pero claro, entre “amigos” sobran los detalles - ¿Conocen el Líbano?- nos preguntó- Un poco, queremos ir a Damasco- Mentimos pues conocemos mejor Damasco que Jounieh, fue entonces cuando decidió ofrecernos su imagen de mujer de mundo viajada, tolerante y cosmopolita- Se lo recomiendo, yo he estado una vez, allí hay mucha historia, más piedras quiero decir, fuimos con un tour organizado, nunca vayan solos, pueden ser raptados por cualquiera- sentenció - Así lo haremos Madame, muchas gracias por su consejo-dijimos mientras recordábamos los taxis colectivos que habíamos compartido con Sirios y Chiítas camino a Damasco. Reparamos que su hija se había unido también al examen de manera silenciosa y vestida para la ocasión: minifalda negra, corta incluso para un burdel del barrio de la Boca, y con un top negro con escote “palabra sin honor” que mostraba sin tapujos la silicona recubierta de carne.

Entonces pensé que para estos cristianos la fe no era una más que una señal de identidad, y el pecado de la lujuria un artificioso y banal relleno de pechos.

martes, junio 29, 2010

El discreto encanto de Ashrafiye

Tiempo de cambios. La presión del precio de los alquileres en el barrio en el cual vivíamos, Hamra, nos ha forzado a buscar apartamento en otro lugar de la ciudad, Ashrafiye, el barrio cristiano que se encuentra en lo alto de una colina tal como su nombre indica: Ashrafiye, la colina de las palomas. Este desorbitado aumento del precio de los alquileres está relacionado con la llegada del verano y por ello con la afluencia masiva de turistas provenientes del Golfo. Como ya dije en anteriormente, estos turistas vienen a Beirut buscando la relajación de costumbres que no tienen en su país, aprovechar la frívola y nocturna vida de la ciudad, sus clubs, sus playas…para ser más exactos: para beber y fornicar, y es que ya lo decía aquel poeta embajador en Beirut “ Hay ciudades que tienen nombre de prostituta oriental”.

Cambio de barrio y cambio de entorno sociológico. Vivir en Ashrafiye es como haber cambiado de ciudad con respecto a Hamra u otros barrios de Beirut, el francés predomina por encima del inglés, las costumbres son distintas, si Hamra es más marítima y en cierto modo más cosmopolita a la vez que oriental, Ashrafiye superficialmente, tiene mucho de Europa: sus pequeños comercios de barrio especializados, sus costumbres occidentales, su manera de vestir, sus restaurantes y sus domingos de tiendas cerradas. Una mala copia de alguna aburrida ciudad belga. Pero como he dicho es algo superficial, pues a poco que indaguemos nos encontraremos con el atávico sustrato árabe, por mucho que lo traten de esconder bajo capas de maquillaje, operaciones de cirugía estética y cogorzas etílicas.

Por todo ello, para los occidentales como nosotros, este barrio reproduce mucho del lugar de donde venimos, por lo tanto la vida aquí es aparentemente más fácil pues responde mejor a las necesidades que traemos de nuestros lugares de origen, así lo debe ver también la Unión Europea, que recomienda a sus trabajadores desplazados en Líbano vivir aquí. En esta decisión también hay un elemento de seguridad nada baladí: los barrios cristianos tradicionalmente no suelen ser bombardeados por los Israelíes, pues no hay que olvidar que antaño, en la guerra civil, fueron aliados. Los palestinos refugiados en los campos de Sabra y Shatila al sur de la ciudad tienen un recuerdo imborrable de aquella alianza. Como viene siendo habitual en esta voluble parte del mundo, esto ha cambiado y no todos los cristianos son proisrael o antisiria.

Escribo sentado en la terraza de mi nuevo apartamento, en una barriada tranquila donde el constante pitar de los coches queda amortiguado por el sonido de las campanas, desde donde puedo ver la tienda de carrinclona moda de la esquina con un sugerente rótulo francés que trata de evocar el rancio aroma del buen gusto parisino, vecino a ella se encuentra el boulanger que vende prototipos de baguettes, más gomosas y menos crujientes que las originales y enfrente está la charcuterie dónde podemos encontrar los productos de primera de necesidad para el hogar, eso sí con un adolescente sirio que te los lleva a domicilio. Bye Hamra, Bonjour Achrafiye.

lunes, junio 14, 2010

El testigo impasible

Nada más aterrizar en el aeropuerto internacional de la capital del Líbano me invadió una excitación propia de quién llega a un lugar mítico de su infancia: El Beirut de las crónicas periodísticas, de las corresponsalías, la escuela de los reporteros de guerra. Para la gente de mi generación, Beirut representa algo así como la quintaesencia de todo ello. Por fin pisaba la fascinante Beirut dónde todo lo bueno y lo malo era posible ¿Qué queda de ella? Mucho y nada.

El centro de la ciudad, devastado por quince años de guerra civil ha sido casi reconstruido en toda su totalidad gracias a un discutible proyecto inmobiliario del presidente Hariri, asesinado en 2005 todavía no se sabe por quién. Un centro urbano de nuevo cuño que mezcla la rehabilitación de algunos edificios del mandato francés, lo que se conoció como el París de Oriente, con los desmanes propios de la fastuosa arquitectura Dubaití. No en vano Hariri fue la mano derecha del Rey Fahd de Arabia Saudí, su hombre de negocios, lo cual ha facilitado enormemente la entrada de capital del Golfo, así como también de turismo de esos países que buscan en el Líbano la juerga y diversión que antes tenían en Marbella.

Entre este nuevo skyline destaca una silueta familiar que no ha desaparecido pese al frenesí constructor que vive la ciudad, que todavía pervive testigo de aquel Beirut de sangre, sudor y crónicas periodísticas: El Hotel Holiday Inn. El macabro Edificio se mantiene rodeado de nuevos colosos de hormigón, cristal y acero. Solo y abandonado, desde la distancia parece uno más de los rascacielos que componen el nuevo perfil de Beirut, pero al acercarnos descubrimos su maltrecha estructura perforada por infinidad de agujeros de metralla y mortero. Sus ventanas fantasmagóricas y vacías producen una sensación de desasosiego mortuorio, pues casi parecen los nichos de una descomunal tumba. Es una visión extraña, como si de un monumento a la barbarie se tratase.

La historia de este símbolo de la guerra civil es sorprendentemente fatídica, en 1974 la cadena hotelera norteamericana decidió abrir su primer hotel en Beirut, iba a ser la joya de la corona: una nueva estructura reforzada contra los movimientos sísmicos, un cine en el subterráneo y la inauguración del primer Sky bar de Beirut en la última planta del edificio. Todo era poco para el destino de moda del Mediterráneo. La verdad es que al poco tiempo de su inauguración empezó la guerra civil y la famosa línea verde que dividió la ciudad en 2 partes pasó justo al lado de su puerta, este hecho y la privilegiada altura del edificio dictaminaron su protagonismo en la contienda así como su condena.

De repente el hotel se convirtió en albergue de nuevos inquilinos. La imponente atalaya fue rápidamente objetivo de los francotiradores, desde la cual podían controlar bien los barrios cristianos de Ashrafieh, bien el barrio de Hamra controlado por los palestinos y sus aliados. El edificio pasó a ser sinónimo de muerte, desde sus ventanas los milicianos apostados esparcieron el horror de la guerra urbana moderna a muchos metros de distancia. Imagino que su sola visión en la lejanía debía provocar el pánico y la angustia, su silueta debió de representar a la muerte para los beiruties. Al acabar la guerra en 1990, encontraron cerca de 500 muertos repartidos por todas las plantas del edificio y 800 en el cine subterráneo.

Beirut, siete veces, destruida siete veces reconstruida. Esta expresión es muy común escucharla en boca de los Beiruties. Desde el taxi que me llevaba al centro pude comprobar que Beirut efectivamente estaba viviendo una nueva reconstrucción, aunque no sabría decir en cual de sus siete se encontraba y si la que estaba viendo en ese momento iba a ser la definitiva, pero mientras tanto ahí permanecía impasible y ajeno el Holiday Inn, a prueba de terremotos…y de guerras.

jueves, junio 03, 2010

Nostalgia otomana

Tras los últimos acontecimientos, la sensación vivir bajo el volcán se hace más evidente pese a que la vida en Beirut no ha variado un ápice. La rutina de sus atascos de tráfico, los bares llenos y la normalidad siguen sin perturbaciones ni cambios. Mientras en el sur, el debate se recrudece y se cuestiona si fue apropiado el uso de la fuerza para detener a un convoy de barcos cargados de medicinas y materiales para la construcción con destino a Gaza violando el bloqueo existente por parte de Israel y Egipto.

La vida sigue en esta región convulsa, mientras Mahed prepara un shawarma me dice apesadumbrado que cómo es posible que Israel haga lo que le viene en gana y que el mundo lo acepte. Asiento con la cabeza sin decir nada, mientras pienso en como tratan en el Líbano a los refugiados palestinos y como la cuestión Palestina es uno de los temas más complejos del mundo árabe: ningún país del oriente medio, estos que ahora se están rasgando las vestiduras, los quiere tener cerca, son incómodos para ellos.

Sólo sirven como arma arrojadiza contra Israel cuando les conviene. No existe solidaridad entre los países árabes, esta es la realidad, por qué quizá no existen países árabes, si no pedazos de tierra delimitados por tiralíneas fantasmagóricos que dividen desiertos despoblados y áridos. Países gobernados por élites familiares representantes de una comunidad a la que apoyan por encima de las otras, que buscan perpetuarse en el poder y cuyo único ideario político es demostrar interna y externamente que son fuertes, sobre todo no mostrar ningún atisbo de debilidad ante los vecinos ni ante la posible disidencia de otras comunidades antes de ser disidencia. Así es oriente medio: sólo existe la comunidad, es aquí dónde se fundamenta la identidad, no en un pasaporte. Es curioso que siendo una de las partes del mundo donde las fronteras han cobrado relevancia y una presencia importante, sea quizá el lugar dónde más artificiales son.

Israel, que llegó 30 años tarde al mosaico de estados que apareció en oriente medio con la caída del Imperio Otomano, se ha adaptado pasmosamente bien a este juego de honores y demostraciones de fortaleza preventiva porqué nunca fue ajeno a ello, la comunidad judía no es más que otro protagonista ancestral de este juego tribal de equilibrios de poder que se desarrolla aquí. No son un elemento nuevo y extraño como dicen algunos árabes ni son un bastión de democracia occidental en un mundo de satrapias orientales como dicen los Israelíes. Son lo que son y tienen el poder de su parte, y hacen lo mismo que harían los otros de tener el poder de su lado: mostrar fortaleza, demostrar que con ellos no se juega y expulsar de sus fronteras a cualquiera que no se corresponda con su comunidad para prevenir eso que tanto temen, la disidencia. Con la vehemencia e intransigencia de quien se cree asistido por la voluntad y el derecho divino. Hay la misma huella de la ilustración en un Ayatolá de Teherán que en un Rabino Ultraortodoxo de Jerusalén.

jueves, mayo 20, 2010

La gran ilusión

El día a día en Beirut sigue ofreciendo grandes sorpresas y contrastes. Creo que todavía no soy consciente de la cantidad de estímulos y nuevas sensaciones que recibo, supongo que necesitaré distancia para poder valorarlo. Además he tenido la gran fortuna de poder dar clases de conversación de español, con lo que la interacción con la sociedad libanesa, maronitas en su mayoría, es cada vez mayor, descubriendo que bajo su aparente capa de libertinos frívolos, perviven unos valores retrógrados y anacrónicos para nuestros esquemas occidentales. Por otro lado las conversaciones de taxi son cada día más productivas e interesantes. Un conocido que trabaja en el Líbano para el ministerio de defensa español decía que de los taxistas de Beirut se puede extraer más información que de la lectura de la prensa del país. Doy fe de ello.

Un ejemplo, los mundiales de futbol se acercan y la ciudad lleva engalanada de banderas desde hace un mes, los edificios y casi todos los coches llevan orgullosamente los estandartes de cada selección. Aquí la gente opta por apoyar, de manera entusiasta a un equipo lo cual le lleva a odiar al contrario, como es lógico en este país tan mediterráneamente cainita. No se sabe bien por qué, el caso es que por número, el país favorito debe de ser Brasil. Todo seguidor de Brasil tiene como su más acérrimo enemigo a Alemania, segundo país con mayor número de banderas. Como es lógico en el Líbano, el seguidor de Alemania también odia a Brasil. Lo curioso es la entrada en escena de un tercer país en discordia que aglutina a los no partidarios de estas dos selecciones, España, que ha visto incrementar el número de banderas de forma espectacular, pasando a ser el tercero en este carrusel pintoresco de trapos y telas coloreadas que se ha convertido la ciudad.

Me comentaba un taxista, que cuando España ganó la Eurocopa, hubo una gran celebración en los suburbios del sur de la ciudad, de mayoría Chiíta, feudo de Hezhbolà y donde se encuentran los campos de refugiados palestinos. Una celebración acompañada de ráfagas de ametralladora al aire y fuegos artificiales. El mismo taxista me comentaba lo absurdo de esta pasión por las selecciones, preguntándose cuantos de estos “hooligans” de temporada, si pidieran asilo a la embajada del país al cual dan apoyo de manera entusiasta, serian recibidos con una patada en el trasero en el mejor de los casos.

El taxista, haciendo alarde de ese humor beirutí tan fatalista y propio, me dijo que su único interés en el mundial era que Italia no lo ganase pues las últimas veces que lo había hecho, en 1982 y en el 2006, a los pocos días Israel bombardeaba el Líbano.

jueves, mayo 13, 2010

La noche armenia

Bajando desde la Charles Malek avenue hacía Gemmayze se encuentran los cines Sofil, se trata de una sala muy apreciada por la modernidad Beirutí, los escasos jóvenes que copian la estética y la pose de los Bobo's que pueblan el paisaje urbano de las grandes ciudades occidentales y que se reúnen aquí para ver el selecto programa que suelen emitir en este peculiar cine de sugerente atmósfera neoyorkina: hace unas semanas tuvieron un ciclo de Fellini, anteriormente una selección de cine femenino, es decir, de mujeres directoras; esto además se complementa con una oferta de cine alternativo muy bien escogido.

Ayer, al acabar mi clase de español en la escuela ortodoxa de Ashrafiye, pasé por delante de este valiente centro cultural, hace días que quiero ir pero me da pereza ver una película sólo en inglés con subtítulos en árabe, qué le vamos a hacer, soy así cómodo. Aun así siempre me fijo en su programación esperando que el reclamo de una atractiva película venza mi naturaleza indolente. Esta semana programan un ciclo de cine armenio- cine contra el olvido- se titula.

Los armenios son una comunidad muy importante en el Líbano, otra más entre las muchas que hay. Existen por la ciudad muchas iglesias armenias de distinta confesión cristiana, y tienen una universidad, nada extraño en este país, pues todas las comunidades tienen su propio sistema de educación, no existiendo uno público y común, lo cual explica muchas cosas del Líbano. La gran mayoría de armenios viven al norte de Beirut agrupados en el barrio de Bourj Hammoud, de aspecto pobre pero muy comercial.

Cuando visitas Bourj Hammoud te das cuenta que todos los rótulos, las señales y anuncios están en lengua y alfabeto armenios, no existe el árabe en este denso barrio de Beirut. Por una alumna armenia he sabido que esta comunidad no se siente libanesa, esto es normal aquí, pero tampoco se siente parte del crisol cultural que es Oriente Medio. Se consideran exiliados de la persecución turca de la primera guerra mundial, del genocidio que sufrieron y que ellos llaman el Holocausto. En casa hablan el armenio, se ayudan entre ellos y su rica y sabrosa gastronomía es muy apreciada en toda la región. Son conocidas sus dotes como negociantes, haciendo de este barrio al norte de la ciudad un referente comercial de obligada visita.

Se asentaron en Bourj Hammoud a finales de la primera guerra mundial, expulsados por Ataturk y su ilusión de crear un país étnicamente uniforme, del cual sobraban armenios, griegos y kurdos. Escogieron este barrio por qué allí se encontraba la estación de trenes en la cual se apeaban huyendo en masa de Turquía, y también escogieron este lugar para vivir como parte de su actitud, pues ellos habían venido al Líbano no para quedarse sino por un tiempo, de ahí su predilección por las estaciones de trenes, cualquier día marcharían rumbo a su hogar. Hoy en día no existe tal estación y no hay rastro de los trenes ni tampoco de la famosa línea que comunicaba Jerusalén con Estambul a través de la cual ellos llegaron. Pero tras casi 90 años y la desaparición del tren que un día les trajo, siguen considerando que se encuentran de paso hacía algún lugar del Cáucaso, quizá Armenia, país al cual contribuyen a ayudar económicamente en la medida que pueden.

La triste historia de este pueblo es sorprendentemente parecida a la de otra conocida comunidad de Oriente Medio, con sus mismos fantasmas y sus mismas catarsis colectivas pero con una obvia peor fortuna.

Mientras comienzan a llegar los espectadores, repaso la programación de los Sofil y veo qué ninguna de las películas del ciclo armenio ha sido producida en Hollywood. Quizá hay historias que por su paralelismo con otras, no deben de ser contadas, pues quizá restarían el protagonismo, relevancia y singularidad dramática de aquellas historias que ostentan el patrimonio del horror del siglo XX. Deben seguir en la noche del olvido para que las otras existan.

jueves, mayo 06, 2010

En el gran zoco

Damasco es una ciudad inmensa que esconde su dimensión gracias a una escala asequible, humana. Nada más llegar descubres que los escasos 80 kilómetros de distancia con Beirut son una distancia mayor de lo que parece. La gente, como visten, como se desenvuelven y el poco inglés que hablan ya es un síntoma evidente del cambio.

Además hay mucho más orden: la ciudad nueva tiene grandes avenidas, bulevares ajardinados y cuidados parques, el tráfico no es el caos napolitano que padece la capital del Líbano, hay semáforos que la gente respeta, no hay coches de alta gama, los taxis son de color amarillo y se distinguen claramente del resto de vehículos, y afortunadamente no pitan continuamente a los transeúntes, se pueden ver autobuses relativamente modernos con indicadores de cual es su destino y cual es su origen, eso sí, en árabe. Más cambios: el agua del grifo es potable y no hay cortes de luz. Quizá por todo esto Damasco produce la sensación de ser una ciudad tranquila y ordenada en comparación con el frenesí y el ritmo imparable de Beirut.

Llegamos a Bab Touma, una de las entradas a la ciudad vieja, es justo la que da acceso al barrio cristiano, una comunidad variopinta que representa un 15 por ciento de la población de Siria, son en su mayoría Ortodoxos. Nada más acceder nos encontramos inmersos en un laberíntico entramado de callejuelas, muy estrechas, algunas sin salida, una trama similar a la que se puede ver en Venecia o Córdoba pero con vida, con gente que la habita, la utiliza intensivamente desde hace muchos siglos. Es una ciudad medieval que sigue funcionando, adaptándose a los nuevos tiempos poco a poco. Los edificios son inequívocamente medievales, con sus estructuras de vigas de madera, no superando los tres pisos de altura. A esta parte de la ciudad no pueden acceder coches.

Sorprende al caminar la cantidad de pequeños establecimientos, talleres y tiendas que hay en todas las callejuelas, son de artesanos en su mayor parte, lugares donde se arreglan cosas, donde se recicla todo tipo de artilugios, desde zapatos hasta motores. Nada se tira, aquí todo parece tener una segunda vida. A excepción de una calle que comunica con la fastuosa Mezquita de los Omeya y la tumba de Saladino, no se percibe un turismo de masas ni una presión sofocante de los extranjeros ávidos de coleccionar fotos.

Damasco parece todavía vivir al margen de los grandes circuitos, mejor para nosotros pues nos permite disfrutar de un lugar casi mágico por su atmósfera de autenticidad oriental. Por la noche todavía sorprende mucho más, y es una recomendable experiencia deambular por sus callejuelas sin rumbo, perderse en los estrechos callejones tenuemente iluminados por bombillas de colores y un silencio sólo roto por el canto del muecín, el agua de alguna fuente y el murmullo musical de algún local donde alguien canta canciones orientales de cimbreante ritmo nostálgico. Una atmósfera de quietud, recogimiento y relajación que contrasta mucho con la frívola y despreocupada Beirut. Saboreamos estos momentos al igual que hicimos en Chipre. Cogemos aire para la vuelta.

Descubrimos el inmenso zoco cubierto, y la intrincada maraña de calles aledañas que lo extienden por los alrededores de la Mezquita y del Templo de Júpiter, el olor a especias embriaga y te recuerda la cercanía de la ruta de la seda, la arteria de las ideas y del refinamiento de Oriente hacía Occidente.

Volvemos de nuevo a Beirut en taxi colectivo, el cual compartimos con dos palestinas de Jordania, una beirutí y un matrimonio mixto de un sirio y una Ceilandesa. Pasamos el trayecto nocturno hablando distendidamente, compartiendo experiencias mientras el conductor nos lleva a la velocidad de la luz por las montañas que aíslan al Líbano, pasamos la frontera sin mayores complicaciones y al llegar a la última de las cadenas montañosas antes de la costa libanesa, desde lo alto del puerto la imagen nocturna y cosmopolita de Beirut se nos descubre iluminada a nuestros pies, gigante y densa al lado del Mediterráneo como si de una versión de Hong Kong levantina se tratase.

Reflexiono al respecto y empiezo a entender que pese a su desconcertante ritmo, su asfixiante desorden y su superficial vida alocada, no podríamos vivir en otro lugar de Oriente Medio. Sus excesos son sinónimo de libertad, algo que en Damasco, pese a su innegable encanto y belleza oriental, no se respira. A medida que descendemos la inclinada pendiente, me invade por primera vez la familiar sensación de estar llegando a casa.

domingo, abril 25, 2010

La ampliación del Ser

Decía Montesquieu en su tratado sobre el Gusto para la Enciclopedia de la ilustración, que la primera obligación de cada uno de nosotros para consigo mismo es la ampliación de la esfera de presencia de su ser, la cual cosa se consigue en primer lugar cambiando de lugar, viajando, es decir variando las fuentes de nuestras sensaciones, viendo lugares que no hayamos visto, lejanos a nuestro hábitat natural. Así, decía el francés, se amplía nuestra percepción de las cosas, y nos desarrollamos como personas, ampliamos nuestro ser. Con mi recién estrenada residencia legal en Líbano decidimos poner rumbo a Damasco, la ciudad de la Poesía, hacia la ampliación de nuestro ser.
Beirut es la mezcla perfecta de Oriente y Occidente, tolerancia y exotismo a partes iguales, quizá es parte de su encanto, ser la frontera o la puerta de entrada a otra realidad más lejana, pues tras las montañas que dan nombre al pequeño país artificial, a sólo 80 kilómetros de Beirut se encuentra la primera de las escalas de Oriente, Damasco.
Parada de las caravanas que tenían por origen el lejano imperio del centro, la capital de los Omeya, es la culminación del refinamiento musulmán, de su belleza y de sus mitos, es el aroma a jazmín en las tibias noches de verano. La tumba de Saladino. Son Las mil y una noches.

Decidimos ir a Damasco en un taxi colectivo, lo que significa compartir una furgoneta con varios pasajeros desconocidos que tienen el mismo destino. Es una manera cómoda y barata de viajar, la cual además te permite conocer gente muy interesante. En nuestro bautismo viajero tuvimos la suerte de coincidir con 3 encantadoras señoras que viajaban a Damasco a algún acto religioso que no supimos dilucidar, una familia Siria que volvía a casa y con Fadi, un joven sirio que llevaba un par de años viviendo en Beirut como auxiliar odontológico y que viajaba a Damasco para una revisión médica que debía presentar junto con otra documentación a la embajada de los EEUU para conseguir la residencia. Su novia era norteamericana y él había vivido en Philadelphia unos 10 años y amaba ese país tanto como odiaba el Líbano y sus anárquicas costumbres. Nos advirtió de algo que luego descubrimos, en Siria hay orden, hay leyes, a diferencia del Líbano.

La carretera a Damasco deja la ciudad para subir de manera repentina la abrupta montaña que constriñe la costa libanesa. Curvas y más curvas superan la primera gran montaña, el Monte Líbano, la primera de las barreras naturales que mantuvieron al Líbano aislado del Oriente desértico. El paisaje todavía es verde y al llegar a lo alto del puerto vemos a nuestros pies el frondoso valle de la Bekaa, viñedos, cultivos y agua, el antiguo granero de Roma. Ahora Hezhbola cultiva marihuana y hachis, siendo una de sus fuentes de ingresos más importantes, además de formar parte de una peregrina estrategia de debilitación de la juventud frívola de Tel-Aviv. Sobra decir que a los únicos a quienes ha debilitado realmente ha sido a sus indolentes milicianos.

Paramos en un pequeño pueblo a tomar un café y cambiar moneda libanesa por Siria, y a escasos 30 minutos llegamos a la frontera en la falda de la segunda estribación montañosa, el Antilíbano. La demora en las parcas y funcionales instalaciones de estética franquista es relativamente corta gracias a la colaboración de nuestro nuevo amigo sirio y una de las señoras que suplica cariñosamente al agente sirio que no nos ponga impedimentos. Coincidimos en la cola del visado con norteamericanos que viven en Damasco, donde aprenden y estudian la lengua árabe, pues parece ser que no hay otro lugar en el cual se hable la lengua como en la ciudad de la poesía, existiendo una población flotante de extranjeros que acuden a ella a estudiarla.

Continuamos el viaje animadamente mientras descendemos el Antilíbano; en el horizonte descubrimos la gran llanura que debe de ser Oriente Próximo, el paisaje es seco, ocre, a diferencia del Líbano, y al final del descenso, en el final de la cordillera vemos Damasco, ubicada en la transición entre la montaña y el desierto. Este será nuestro primer contacto con el Oriente genuino. Una urbe de casi 5 millones de habitantes que mantiene su aspecto de aldea medieval, como varada y dormida en uno sus legendarios cuentos.

viernes, abril 16, 2010

Hogar de dioses y monstruos

Para Oriente próximo Chipre ha adquirido el estatus de paraíso, un lugar donde soñar con la tolerancia. Las sociedades más musulmanas y más estrictas sueñan con ir a Chipre, allí pueden respirar y relajarse de sus rígidos corsés religiosos. Algo parecido a lo que sucede con el Líbano, sólo con más estabilidad y sobre todo, más bonito.

Llegamos al aeropuerto de Lárnaca, nada más llegar resulta inevitable la comparación con el aeropuerto internacional Rafik Hariri de Beirut. Instalaciones modernas para un aeropuerto nuevo, cómodo y confortable. Todo es fácil y la gente respeta las normas, no se puede fumar, es divertido comprobar lo que alguien me dijo de los libaneses, son los más respetuosos con las normas cuando viajan a otro país, y son los más irrespetuosos con las mismas cuando están en el suyo. La sensación de llegar a Europa se produce aunque sólo sea por simple comparación con el Líbano, supongo que esta sensación sería muy diferente de venir desde Barcelona.

Alquilamos un coche de marca japonesa, rigurosamente inglés: volante a la derecha, cosas de la herencia colonial. Será toda una experiencia conducir a la británica y no puedo dejar de pensar lo absurdo de esta práctica tan poco globalizadora que tiene más de ridículo orgullo patriota que cualquier otra consideración práctica que se le quiera buscar.

Nos movemos por la isla a través de autopistas totalmente gratuitas y en muy buen estado, descubriendo gratamente su similitud con el sur de Italia o Grecia, no sólo en el paisaje, también en las construcciones, en el carácter de las personas, en la comida, en las costumbres meridionales. Todavía vírgen al turismo de masas, conservando cierta inocencia rural. Pero poco a poco empezamos a descubrir que la República de Chipre también adolece ese extraño virus que afecta a esta parte del planeta, y que empiezo a creer que es un mal endémico del mismo Mediterráneo: el nacionalismo comunitario y religioso, el odio al otro.

La isla, la tercera en extensión del Mediterráneo, está dividida en dos, de hecho son dos repúblicas étnicamente diferenciadas, una de ellas, la turca, no reconocida por Europa. Se mantiene todavía de forma vergonzosa, una línea verde que divide la isla en dos, fracturando el mismo barrio viejo de la capital, Nicosia, como si de un Berlín de la guerra fría se tratase. En los años setenta una cruel guerra civil provocó su división, y al igual que en Líbano, la injerencia de las dos potencias vecinas, Grecia y Turquía, acrecentó la violencia y el sin sentido del conflicto.

Ahora las dos repúblicas viven totalmente de espaldas, y la entrada en la Unión europea de la parte griega ha generado evidentes diferencias y contrastes de desarrollo y bienestar entre ellas. Es sorprendente pasear por la calle comercial del centro de Nicosia y de repente encontrarte con el puesto fronterizo sin previo aviso, cortando el paso al transeúnte.

Otra vergüenza más de la miseria humana en la periferia de la nueva Europa, en el lugar donde la mitología griega situó el hogar de la diosa Afrodita.

lunes, abril 12, 2010

Retorno a Europa

Una de las grandes ventajas de vivir en Beirut podría ser la cercanía a muchos destinos interesantes y exóticos que desde Barcelona quedan muy lejos. O por lo menos es lo que parece. Por ejemplo Siria, su capital Damasco se encuentra a escasos 80 kilómetros de Beirut, a 25 de la frontera libanesa, ir hasta ella es, aparentemente sencillo y no debería suponer más de una hora y media de viaje en coche. Podrías hacer la compra en Damasco y volver a casa a comer. Una vez más la apariencia engaña, si todo va bien se alcanza la capital Omeya en 3 horas, eso si en la frontera no ha habido ningún problema, si no puede ser mucho más o has de dar media vuelta. Demasiado riesgo para mí, que todavía no tengo tramitada mi residencia.

Con Israel a no más de 95 kilómetros, podríamos suponer que con una mañana de viaje tranquila en coche, acabaríamos comiendo un Kebab en el barrio viejo de Jerusalén, la capital espiritual de las religiones monoteístas. Sobra decir que esto, desde el Líbano, es imposible de realizar.

Y qué decir de Petra en Jordania, para la cual hay que cruzar dos fronteras y una de ellas con Siria. Al final uno acaba por pensar que vivir en el Líbano es como vivir en una isla rodeada de tiburones. Dada esta realidad, y con la certeza de que necesitamos huir de la caótica capital por unos días, decidimos volver a Europa. Paradojas de la vida, el único país vecino con el que el Líbano parece mantener una relación cordial y al cual es fácil viajar es una isla Mediterranea que forma parte de la Unión Europea.

Chipre físicamente no está lejos, de hecho está muy cerca de Turquía y del Líbano. Hubo un tiempo, durante la guerra civil, en el cual la isla y el Líbano estaban unidos por un ferry diario. El punto de partida era Jounieh, al norte de Beirut y la ciudad del mundo con mayor concentración de Cristianos Maronitas como les gusta recordar a ellos, y que equivale a decir que Pamplona ostenta el récord mundial de la chistorra más grande. Durante los años de la guerra, el ferry a Chipre fue la vía de escape de las familias maronitas pudientes. Se refugiaban en Larnaca, el puerto de llegada del ferry, y esperaban a que se tranquilizara la situación.

Este ferry ya no existe, ahora se va igualmente a Larnaca pero en avión. El trayecto es de escasos 40 minutos, es muy poco tiempo para una distancia tan grande, pues llegar a Chipre desde Beirut es dejar atrás el frenesí oriental para llegar de nuevo a Europa. En definitiva sólo 40 minutos separan Oriente de Occidente.

lunes, abril 05, 2010

Las brasas de Fenicia

Tiro es una de las ciudades más importantes del Líbano en número de habitantes después de Trípoli, Saida y Jounieh, pero la sensación que produce al entrar en ella es de dejadez y abandono. Nada hace presagiar que pueda albergar algunas de las ruinas más imponentes de un pasado glorioso y brillante. Creo que esta sensación es similar a la que debieron tener los viajeros románticos de mediados del XIX al visitar la Roma decadente y provinciana de antes del Risorgimento- ¿Cómo es posible que semejante maravilla esté en tal estado de abandono? ¿Son conscientes del valor y responsabilidad que implica ser los herederos patrimoniales de tanta historia?-.

Accedemos por una carretera en muy malas condiciones, al recinto arqueológico dónde se encuentra uno de los mayores hipódromos de origen romano. Nada más llegar nos percatamos que no hay turistas occidentales, sólo nosotros, y además muy pocos visitantes. Lo que en principio sería un hecho de agradecer, poco a poco desvela el espíritu que inunda la ciudad, y posiblemente toda la región. Hay una atmósfera de estancamiento, de olvido, como de una letanía similar al canto del muecín que todo lo inunda, que todo lo adormece. El peaje por ser zona de paso de las continuas invasiones Israelíes y la estrategia de aislamiento intencionado de Hezhbola.

Caminamos por la vía romana de acceso al recinto rodeada de muchísimas tumbas de mármol y piedra que rivalizan en ostentación y refinamiento, todas ellas profanadas por siglos de ignorancia. De repente un grupo de niñas adolescentes vestidas de riguroso negro de pies a cabeza se acercan en grupo-son unas veinte- y nos preguntan entre risas inocentes de donde venimos- al contestar que somos españoles una de ellas, la más descarada dice- Ti amo, I love you!!!-contrasta su atuendo de mortaja medieval con su espontánea y divertida manera de avasallar, tan propia de unas niñas de su edad en cualquier país del mundo.

Una estética iraní para un pueblo de comerciantes, viajero y culto. No se me ocurre nada más impropio y paradójico, entonces es cuando reparas que bajo el ignomioso vestido, se vislumbran unas llamativas deportivas de marca, probablemente una falsificación de fabricación china, y que alguna de ellas lleva música occidental en su móvil que reproduce a todo volumen. No puedo más que sonreír y pensar que, afortunadamente, Irán está todavía muy lejos.

Acabamos el día comiendo pescado en un restaurante del paseo marítimo, al lado de la “universidad” que Hezhbola ha construido al inicio del mismo. Preguntamos si podemos pedir vino, el dueño nos dice con una sonrisa sarcástica que no sólo se vende vino sino que también se puede beber. Alguien me explica que Tiro fue durante muchos años, durante la guerra civil, un feudo de los partidos de izquierdas que apoyaban al Frente de Liberación Palestina que tenía base en la zona, y que todavía en la ciudad subyace ese espíritu de rebeldía ácrata contra el poder, antes Israelí, ahora islamista.

Mientra me tomo mi enésima copa de vino blanco libanés y miro la nueva universidad de Hezhbola, de color ocre y de marcado estilo oriental, no puedo dejar de pensar en aquello que leí una vez, no sé donde, que decía que el camino a la sabiduría se encuentra leyendo mil libros, no mil veces el mismo, por muy sagrado que éste sea.

miércoles, marzo 31, 2010

Camino al corazón de Fenicia

El domingo fuimos a Tiro. Al igual que Biblos, Tiro tiene un pasado que impresiona y da vértigo. Capital de una de las potencias marítimas más importantes de la antigüedad, Fenicia, fue asediada por Nabucodonosor durante 13 años sin poder conquistarla, ganándose por ello la fama de inexpugnable debido a su situación estratégica, un pequeño conjunto de islotes formando un puerto natural. Su reputación desapareció cuando Alejandro, tras siete meses de asedio, consiguió conquistarla construyendo un istmo de arena hasta la ciudad que todavía hoy perdura. Una vez más, el de Macedonia superó los límites de la mitología antigua forjándose así su propia leyenda. Fue el comercio con Egipto y el mediterráneo lo que hizo florecer a Tiro, y sus guerras civiles fagocitadoras entre Tírios, un preludio de lo que la historia tenía reservado a esta región, hicieron que una gran parte de ellos fundasen en una de sus colonias el germen de lo que con el tiempo sería Cartago. Hoy en día, como casi todo el sur del Líbano, es el feudo de Hezhbola, el Partido de Dios.

Tenemos de nuevo la gran suerte de poder contar con la compañía de unos amigos libaneses que son originarios de esta zona y que nos guían e introducen en uno de los puntos más conflictivos de oriente medio, en uno de esos lugares en el cual parece destinada a jugarse la partida decisiva entre oriente y occidente, en palabras de Huntington y el think tank cristiano que asesoraba al anterior presidente norteamericano. De nuevo la paradoja y los contrastes de esta realidad emergen para desbaratar las ideas preconcebidas. Uno de nuestros acompañantes es chií, y quizá es lo peor que se puede ser en oriente medio: laico.

El camino lo hacemos en coche, y poco a poco nos vamos introduciendo en un paisaje rico y frondoso que nos recuerda al levante español 30 años atrás. Grandes extensiones de plantaciones de naranjos y plátanos llegan hasta unas playas espectaculares de arena blanca, largas y casi vírgenes. El potencial turístico de esta fértil región es indudable. La carretera, en malas condiciones, serpentea entre la exuberante vegetación y atraviesa pueblos de pescadores de diferentes confesiones: cristianos, musulmanes, así sucesivamente. En Saida, la antigua Sidón, se encuentra el bastión Suní de los Hariri y el campo de refugiados palestinos más importante del Líbano, cercado y vigilado por destacamentos del ejército libanés.

Nos vamos adentrando en la zona supuestamente controlada por la UNIFIL, pasamos un control de soldados Surcoreanos parapetados tras unos bloques hormigón blanco que tienen impresos el emblema de Naciones Unidas y el mensaje de “Por un Líbano en paz”. Es el último que vemos, a partir de entonces los estandartes con el fondo verde del Partido de Dios se suceden en farolas, alguna foto del Ayatolá Jomeini signo evidente de quién realmente controla la zona. El estado del Líbano, su presencia en forma de ejército, es inexistente mientras avanzamos el en sentido inverso a las sucesivas invasiones del vecino del sur, cada vez más cerca de una de las fronteras más calientes del mundo.

Recuerdo un chiste que tiene mucha fortuna entre los libaneses: cuando Dios creó el Líbano le dio las mejores playas, las mejores montañas, el mejor clima, las mujeres más guapas y la mejor gastronomía. Cuando el resto del mundo se quejó, Dios les dijo, no os quejéis, ya veréis que vecinos les he puesto. En la lejanía ya se atisban las ruinas de Tiro entre el sucio y gris hormigón de las caóticas e ilegales construcciones de la ciudad, otro signo de la ausencia de autoridad. Más allá se ven unas montañas, alguien dice en el coche- Mirad, aquellas montañas ya son Palestina.

sábado, marzo 27, 2010

La seguridad de estar en Tiffany’s

Esta mañana pensaba que, al igual que le sucedía a Audrey Hepburn cada vez que entraba en Tiffany’s , cuando estoy en Hamra me invade una agradable sensación de seguridad, porque tengo la certeza que aquí nada malo podría sucederme.

Tengo esta agradable sensación cada mañana cuando me tomo un capuchino, dulce y cremoso, en la terraza del Café Younes rodeado de imberbes estudiantes de la AUB. Cuando llevo mis pantalones a zurcir al sastre que tengo delante de mi casa, que acepta el encargo con la misma profesionalidad que si le hubiese pedido confeccionar el traje de mi boda. La tengo cuando voy a comprar a uno de los muchos colmados que abren hasta altas horas de la noche pero que no venden alcohol. Me pasa cuando el taxi que me devuelve de Asrafiye o el Downtown me deja enfrente del Café Costa y la dejo de tener cuando caminado dejo atrás el parque Sannayeh. Cuando acuerdo un precio razonable por lavar mis camisas en la lavandería y al recogerlas me quieren cobrar el doble de lo pactado con una sonrisa inocente. Cuando me tomo una cerveza y escucho jazz en el Prague, el mejor bar de Beirut porque no parece de Beirut. Cuando me tomo un zumo recién exprimido de naranja y zanahoria que cada día cuesta más barato. Cuando sigo teniendo dificultades para orientarme entre la tupida red de calles que no tienen nombre. Cuando descubro una pequeña tienda de gafas usadas que haría las delicias de cualquier moderno de Barcelona y aquí no es más que el resultado de una evidente necesidad. Cuando el delivery de comida preparada aparece en casa cinco minutos antes de haberlo llamado.

Siendo Hamra un barrio de Beirut, este tipo de sensaciones adquieren el mismo valor incalculable que el mejor diamante tallado de la famosa joyería de la Quinta avenida.

miércoles, marzo 24, 2010

Al borde de La Corniche

Una de las ventajas de vivir en Hamra, entre otras muchas, es tener la Corniche a dos pasos de casa. La Corniche es un paseo marítimo que recorre, o mejor dicho circunvala la parte de la ciudad que se introduce en el mar como la proa de un barco, como un apéndice de la misma que queda rodeado de mar por sus tres costados.

No hay un acuerdo entre los Beiruties en definir donde empieza y donde acaba este magnífico paseo. Algunos dicen que va desde el mítico St. George Yacht Club hasta el Luna Park, el triste y melancólico parque de atracciones que se encuentra al final de Hamra Street y que haría las delicias del Tim Burton más auténtico. Otros dicen que la Corniche acaba en la playa pública más allá de la Roca de las Palomas, enlazando con otro paseo marítimo, el nuevo Rafik Hariri avenue. Y por último hay unos pocos que opinan que acaba en el faro que hay en la punta de esta parte de la ciudad que queda dentro del mediterráneo.

Al margen de estas disputas estériles y tan libanesas, la Corniche es un balcón al Mediterráneo único y estratégicamente ubicado, que se convierte en un excelente mirador del mar, de la costa norte y del monte Líbano, todavía hoy cubierto por la nieve. La vista es espectacular e invita a la contemplación y al descanso, sobre todo en una ciudad tan densa y con tan pocos espacios públicos que permitan huir de la polución, el tráfico y ese caos tan genuinamente oriental.

Son las tardes de domingo cuando la Corniche despierta y saca a relucir todos sus encantos. Orientada a poniente, los paseantes se reúnen allí para disfrutar de un atardecer limpio y deslumbrante. Es un placer singular y económico que permite además de descubrir el retrato cultural y sociológico del Beirut más popular y humano, disfrutar de un atardecer como pocos.

Familias enteras se reúnen para pescar con sus rudimentarias cañas, muchas de ellas artesanales, heredadas de padres a hijos. Jóvenes sentados en los bancos de familiar y surrealista “trencadís” gaudiniano, fuman el Narguile y pasan la tarde plácidamente. Grupos de mujeres de mediana edad, cubiertas con pañuelos de colores y vestidas a la occidental, pasean de manera veloz, poniéndose al día de las pequeñas miserias familiares que cada una debe sufrir o quizá de las pequeñas alegrías cotidianas. Grupos de hombres se encuentran y hablan mientras comen alguno de los tentempiés que ofrecen los vendedores ambulantes. Un padre de poblada y ostentosa barba juega al futbol con su hijo pequeño, vestido de manera humilde y cuidadosa, aseado y bien peinado para la ocasión, todo ello ante la atenta mirada de una madre cubierta con un pañuelo y un vestido negro, oscuro y oscurantista. Sonríen relajados. Grupos de quinceañeras, vestidas llamativamente a la occidental, se apoyan en la barandilla del paseo mientras sonríen pícaramente a algún grupo de adolescentes que visten orgullosamente camisetas del Barça, del Inter o del Manchester United, reflejos de un gran mundo lejano, allá donde el sol se pone. En este retrato de una tarde de domingo en la Corniche no parece haber cristianos, quizá no perciben como propios estos placeres tan cotidianamente vulgares.

Todo esto sucede al borde de la Corniche mientras recuerdo la Barceloneta de mi infancia, bajo la luz radiante de un sol levantino, nítido y luminoso como un cuadro de Fortuny o de Sorolla, que poco a poco se pone en Occidente, más allá de un mar azul y oscuro.

lunes, marzo 22, 2010

Espejismos de Oriente en Occidente

El sábado tuvimos la gran suerte de ser invitados a comer por Tomás Alcoverro, el corresponsal de la Vanguardia en Oriente Medio. Fue agradable y provechoso en todos los sentidos, en primer lugar pudimos comer algo cocinado a la europea, lo cual fue un reconstituyente necesario y delicioso para un estomago maltrecho de tantos excesos gastronómicos a la libanesa. En segundo lugar, la comida se transformó en una clase magistral de casi dos horas por parte del decano de los corresponsales que informan desde el laberinto sociológico que es esta región.

Creo que acabó agotado, pero a nosotros nos supo a poco. La conclusión final se reduce al logrado título que tienen sus artículos de la Vanguardia “Espejismos de Oriente”, pues aquí nada es lo que parece, nada responde a nuestra incorregible manía de etiquetar a las personas, a las religiones, a los grupos. Esta obsesión tan nuestra que nos permite vivir instalados cómodamente entre el alud de información en el cual vivimos inmersos y que creemos que nos ayuda a interpretar la realidad que nos rodea bajo consignas y decodificadores que no hacen más que anestesiar nuestra capacidad de análisis. Aquí todo esto se demuestra sorprendentemente inútil y equívoco, o lo que es peor, perjudicial para nuestro conocimiento.

En Oriente medio todo es cambiante, es la sensación de vivir sobre capas tectónicas en constante movimiento. Empiezo a entender que para un periodista vivir esta realidad, tratar de comprenderla e informar objetivamente de ella puede llegar a ser un reto titánico y difícil. Para llegar a esto primero debería de desprenderse de años de prejuicios y prescindir de apriorismos y estereotipos, repetidos en las facultades de periodismo y en los medios de comunicación occidentales como versículos del Corán en una Madrasa. Para mayor desinformación todo esto sucede en una región plagada de espías occidentales que apenas hablan árabe y que demuestran día a día lo pedante y pretencioso que es llamarlos Servicios de información. Que se lo pregunten a la CIA tras sus continuos fracasos en Irak. Estas son nuestras fuentes de información.

Por todo ello en Occidente, y por lo que respecta a Oriente medio, vivimos instalados en la perpetua desinformación, seguimos fórmulas antiguas para analizar y tratar de entender una sociedad tan compleja, cambiante y vertiginosa como podría ser la nuestra, dónde la religión es sólo un elemento más, y no el más importante, en el intrincado gran juego que se desarrolla entre el Océano Índico y el Mediterráneo.

Nada es lo que parece, porque en el fondo no son más que espejismos de Oriente que siguen manifestándose en Occidente. Y como todos sabemos, los espejismos no son reales, sólo están en los ojos que quién los mira.

jueves, marzo 18, 2010

¿la Francofonía es un arma cargada de futuro?

Poco a poco los días van pasando y empiezo a ser consciente de que mi capacidad de sorpresa va mermando también poco a poco. Además esta mañana, mientras me afeitaba, caí en la cuenta que utilizaba una espuma de indescifrable nombre árabe, con cuchillas de igual indescriptible grafía para mí. Entonces pensé que la mayoría de cosas y productos que traje de España ya se habían acabado o estaban a punto de hacerlo, y todos habían sido sustituidos por otros productos de aquí. Y pensé que al igual que estos productos que se habían acabado y habían sido sustituidos por otros locales, yo también me estaba despojando de mis prejuicios y de mis ideas preconcebidas y me iba acostumbrando a la nueva realidad que ya no era tan nueva, y había generado nuevas rutinas que habían sustituido a las de Barcelona.

Empiezo a ver actitudes, hechos o costumbres como normales, cuando hace tres semanas me habrían sorprendido. Esto es bueno y es malo, pues inexorablemente voy perdiendo finura en el análisis de la realidad que me rodea, tan rápido como me voy mimetizando en ella.

Aunque todavía hay cosas que siguen llamándome la atención: la pasada noche, con motivo del 40 aniversario de la Francofonía, se celebró en Beirut la Franco folie, un acto que consistía en poder beber vino y comer quesos a discreción en cualquiera de los bares asociados al evento por el módico precio de 15 dólares. El acto estaba patrocinado por la Mission Culturelle Française, una delegación cultural muy activa en el Líbano, o mejor dicho, en Beirut. Está claro que cualquier excusa es buena para que la noctámbula Beirut pueda seguir con su perenne juerga.

Cuando me refiero a cualquier excusa, me refiero a que personalmente no percibo en Beirut que la tal francofonía, eso que los franceses tratan de promocionar de forma tan orgullosa y pomposa, aquí tenga mucho sentido. Pocos hablan en francés, sólo se reduce a algunos rótulos anteriores a la guerra y a los barrios cristianos, que ya sólo representan un escaso tercio de la población, aproximadamente y a falta de censos oficiales que digan otra cosa. A mi me da la sensación que deben ser menos. Eso sí, el francés se mantiene como la segunda lengua oficial del país, pero a mi juicio se debe más a razones políticas que a sociológicas, más relacionadas con el confuso y arcaico sistema de representación que la constitución libanesa establece que a una realidad idiomática existente.

El acto se reducía a los bares de la rue Gemmayzé, en Achrafiyé. Salimos, bebimos y comimos, no como franceses si no como libaneses, es decir, sin límite, apurando las copas de vino de la Bekaa, no de la Borgoña, y comiendo queso de dudoso origen francés. Sobra decir que la calle estaba abarrotada de gente mamada, pasándoselo bien, eso sí, en dialectal árabe libanés o en internacional inglés. Nada extraño en esta ciudad y que poco tiene que ver con la exaltación de lo francés.

Al volver en taxi a Hamra, el barrio donde vivimos de mayoría suní, las calles estaban vacías. Estaba claro que los ecos de la fiesta de la mistificación francesa no habían llegado al centro comercial y neurálgico de la ciudad, a su barrio más popular. No creo que sólo fuese porque a los musulmanes no les está permitido beber vino.

martes, marzo 16, 2010

La mirada de Ulises

Byblos es un pequeño puerto natural en la costa central del Líbano donde el poso de la historia ha dejado huellas indelebles. La pequeña población histórica se encuentra cercada por una muralla medieval que en la actualidad parece protegerla del gris hormigón de la nueva ciudad, como si de un nuevo ejercito invasor se tratase.

Byblos es sutil y coqueta, mediterránea en todos sus rincones, pasear por ella es embriagarte del aroma de una vegetación que florece entre sus piedras y muros. Supongo que para un tipo de turismo acostumbrado a la grandilocuencia y ávido de impresiones fuertes, que viaja por el mundo esperando un Port Aventura en cada rincón que visita, Byblos puede parecer minúsculo y no responder a las expectativas creadas por las guías. Está claro que Byblos no es su lugar y exclamará- no es para tanto- y tendrán razón, Byblos no es para ellos.

La vista al pequeño puerto, tan importante a lo largo de la historia, requiere compromiso y una mirada experta y formada, avezada en la observación, en la capacidad de dejarse llevar por la atmosfera quieta, tranquila y reposada. Es cierto, Byblos no es un objeto de consumo turístico rápido. Mejor.

Byblos es esencia de Mediterráneo, es encontrar un románico espectacular en la iglesia de San Juan Bautista, es dejarse llevar por los rincones y portales de su viejo zoco, es contemplar la serena belleza del puerto , viendo entrar lentamente las pequeñas embarcaciones de los pescadores en su ensenada, en el mismo lugar desde donde antes salieron muchas de las mercancías que llegaron a Europa desde Oriente. Es encontrar villas de estilo otomano desafiantes en el pequeño acantilado, como sacadas de una novela de Amin Maalouf. Y todo ello bajo la luz cálida de una primaveral mañana de marzo, al lado de un mar azul y brillante.

Entonces descubres que Byblos es Chipre, Amalfi, Grecia, Malta, Estambul y es l’Empordà, y sientes como aquella canción de Lluís Llach sobre un poema de Martí i Pol, et deixo un pont de mar blava, cobra un sentido revelador y sientes por un momento que, por encima de religiones y conflictos, no estas tan lejos de casa.

lunes, marzo 15, 2010

Camino a Byblos

Ayer fuimos de excursión a Byblos. Para quién ha estudiado historia, o para quién está interesado en la antigüedad, Byblos representa un concepto, una reliquia. Es un pequeño puerto situado al norte de Beirut, a unos 30 kilometros camino de Trípoli. Hay restos de población desde hace 7000 años, y desde entonces nunca ha dejado de ser un lugar habitado, con un rico pasado hitita, egipcio, asirio, helénico, romano, bizantino, templario, musulmán…así hasta la actualidad. Una dimensión del tiempo y una concepción de lo antiguo sorprendente para nuestras magnitudes occidentales.

Llegar a Byblos, como cualquier desplazamiento en el Líbano, requiere paciencia y tiempo si se plantea hacerlo en transporte público. Cogemos el autobús número 2, ya de por sí una odisea, desde Hamra hasta la estación de buses de Dawra en el barrio armenio de Bourj Hammoud. Un día escribiré algo sobre este particular barrio al norte de la ciudad.

La estación es, básicamente, una rotonda bajo la autopista, caótica y dispersa, dónde moverse y encontrar un bus hacía el norte requiere conocer los usos y costumbres del transporte libanés: has de situarte en la dirección a la cual te diriges y entonces te asaltan los conductores, ofreciéndote su autobús. Por el módico precio de 1.500 libras libanesas, 1 dólar al cambio, puedes viajar hasta Byblos. Realmente económico.

El viaje empieza cuando el conductor considera que hay suficientes pasajeros como para que el viaje sea rentable. La primera sorpresa es que el autobús no va a ningún destino en concreto, va hacía el norte simplemente y va parando a la gente que camina por la autopista, llamándoles la atención con el ya clásico bocinazo libanés, para y recoge al ocupante. El mismo proceder para bajar, te acercas al conductor y le avisas, entonces para en medio de la autopista. Pese a lo rudimentario y pedestre del tema, la verdad es que es un modelo de viaje barato y a la carta.

El trayecto a Byblos es interesante, se puede contemplar como el precioso paisaje costero del Líbano ha sido arrasado por un urbanismo salvaje, que copia en cierto modo la dudosa estética de la Costa azul y Andorra la vella, pero más decadente y denso, sin planificación urbana que lo ordene o que le dé sentido. La utopía de cualquier dirigente popular valenciano.

Al ser una costa muy abrupta donde las altas montañas caen en picado al mar, se pueden ver sorprendentes construcciones de varios pisos que desafían la ley de la gravedad, literalmente. Además al transcurrir el trayecto por una zona mayoritariamente cristiana, existen muchas cimas costeras coronadas con grandes Cristos de piedra blanca, una señal más de la abundancia de signos religiosos que hay en el país, que parecen responder a la necesidad de marcar como propio un territorio al extranjero más que a una expresión de Fe. También intuyes que la población en el Líbano se acumula en la costa, como sucede en España. Hasta Byblos no hay espacios deshabitados, es una línea ininterrumpida de hormigón y cemento.

Dejamos atrás el antiguo puerto de pescadores de Jounieh, reconvertido en retiro de los Cristianos pudientes durante la guerra civil y el mítico desfiladero del Nahr al Kalb, historia viva de un Líbano fronterizo y milenario. Un viaje enriquecedor y relajante, pese a la incordiante música libanesa que inunda sin misericordia el autobús, pues dejar atrás la aglomeración urbana de Beirut se convierte en un bálsamo para nuestro estado de ánimo.

viernes, marzo 12, 2010

El taxi en Beirut

El medio de transporte más habitual en Beirut es el taxi. También tiene sus particularidades como los autobuses, y requiere conocer su idiosincrasia antes de utilizarlo. En comparación con Barcelona hay muchísimos a todas horas y en todos los barrios, lo cual facilita mucho el desplazamiento a través de la ciudad. Hay vehículos modernos y los hay antiguos y destartalados que difícilmente pasarían una ITV.

Dos consideraciones al respecto, ante la gran cantidad de taxis, el usuario no para un taxi, si no que es el taxi el que te para a ti, lo hace llamándote la atención tocando el claxon. El resultado es una sinfonía de bocinazos, constante y molesta en toda la ciudad. He de decir que al cabo de los días te acostumbras a ella, te inmunizas y acabas asumiendo esta contaminación acústica como una parte más del caos circulatorio de la ciudad, una parte del paisaje sonoro de la misma.

La otra consideración sobre los taxis de Beirut esta relacionada con el uso del mismo. Existen dos modalidades: servicio de taxi en nuestra concepción, y “service” que es algo más propio de Beirut.

La primera modalidad es sencilla, te acercas al taxista y negocias el precio de la carrera, nunca más de 10.000 libras libanesas hasta la otra punta de la ciudad. La segunda alternativa es la curiosa, el taxi ya lleva ocupantes y preguntas si le va bien llevarte a ti también si le va de camino, si es así entonces el precio se reduce considerablemente y no pagas más de 2.000 libras libanesas, además es una forma de confraternizar con la población local, teniendo muchas veces extraños y particulares compañeros de viaje.

Puedes viajar acompañado de un sunní, un chiíta y un maronita, desde Hamra a Gemmayze todos juntos dentro de un taxi que acaba siendo una representación simbólica de la complejidad social del Líbano, pero en franca harmonía, al menos durante el tiempo que dura el trayecto. Que fácil sería para este país si, como en el taxi, todos compartiesen un mismo destino.

miércoles, marzo 10, 2010

Encadenados a la geopolítica

El fatalismo en el Líbano parece formar parte de la idiosincrasia de esta gente. Con poco más de 10 días y escasas lecturas al respecto, no pretendo ser un experto, pero hay detalles que no se pueden obviar y que reflejan un estado de opinión, o mejor dicho, de ánimo.

L’Orient le jour es un periódico que se publica en Beirut, su encuesta on-line a sus lectores es la siguiente: ¿Habrá guerra en verano? Opine. Así sin más. Es fascinante como se percibe la guerra aquí: es un fatalismo, como una plaga, algo ajeno a ellos ante lo cual tienen nula capacidad de intervención, de decisión.

Mi opinión es que, tras 15 años de guerra civil todavía reciente en el imaginario colectivo del libanés- acabó en 1990- y con dos conatos en 2006 y 2008, la gente asume que esto va como va. El Líbano no deja de ser un país pequeño, rodeado de otros con mayor potencia militar e importancia que ellos. Es cierto que el Líbano es rico, tiene turismo, grandes inversiones, pero no pinta nada en la geopolítica de Oriente Medio, es un sujeto pasivo que además se encuentra tensionado internamente debido a los múltiples intereses de las comunidades que le dan forma.

Los Chiítas de Hezbolah, que ahora participan del juego político del país con 3 diputados, se deben a Irán. 3 diputados que representan a un tercio de la población del Líbano, constitucionalmente no pueden tener más. Buscan su espacio y su modelo de Líbano, como en su momento buscaron los musulmanes sunníes y los cristianos maronitas, apoyándose en otros agentes externos para sus fines, produciendo los devastadores resultados por todos conocidos.

En el sur, Israel espera pacientemente y sobrevuela el espacio aéreo para recordar que están vigilantes cual espada de Damocles, y a 2 horas de Beirut, Siria espera volver a controlar éste pequeño territorio, teniendo dentro del país una quinta columna de peones y trabajadores, considerados mano de obra barata, que trabajan en el sector de la construcción y que habría que ver cual sería su comportamiento en caso de conflicto. Por si esto no fuese poco, al sur de Beirut se encuentra una gran población de refugiados palestinos que sobreviven allí desde hace 20 años, sin tener ningún estatus legal, son alegales en un país que no los reconoce oficialmente.

Y mientras este castillo de naipes sigue creciendo, la ciudad vive en constante frenesí y ebullición: los cafés están llenos, las noches son largas y alocadas, existen discotecas tan famosas que incluso se fletan aviones desde Nueva York sólo para pasar una noche de desenfreno en ellas.

La frivolidad ha tomado las calles como si de una feria de las vanidades se tratase, más Ferraris y coches de alta gama que en muchas ciudades europeas, operaciones de cirugía estética como quién va al dentista. La consigna es “vivir el presente”, pues el mañana es una incógnita. Nunca una afirmación como esta cobra tanto sentido como en el Líbano pues al fin y al cabo su mañana no sólo depende de ellos.

martes, marzo 09, 2010

Beirut en movimiento

Hoy quiero comentar algo sin duda curioso que demuestra el espíritu de esta ciudad tan particular. Hace unos días descubrí que sí existe algo parecido a un transporte público: el autobús, para ser más precisos, una serie de minibuses atrotinados que cubren una serie de lineas que todavía no he sabido descubrir a qué itinerarios corresponden cada una de ellas, y sobre todo, no he conseguido averiguar dónde y cómo están señalizadas las paradas.

Por lo que parece todos saben, de forma tácita, donde esperar al autobús y cual coger en función del destino al cual se quiera ir, yo francamente no he sabido encontrar esta información en ningún sitio y me limito a seguir las indicaciones de los autóctonos o conocidos que, por su experiencia, me informan de ello- si quieres ir a Ashrafihe desde Hamra, coge el 2 al lado del supermercado Monoprix- por ejemplo. A modo de inciso, he de decir que tampoco hay numeración en las calles, por lo que las referencias a locales, negocios, mezquitas o iglesias, son el único y fiable modo de orientación.

Uno se acerca al lugar indicado y espera ver pasar un minibus que suele tener un folio en la parte delantera con el número de la linea que cubre, impreso. La primera sorpresa es que, hay 2 tipos de minibuses que realizan cada itinerario, están los "públicos" en los cuales el conductor te cobra 1000 libras al entrar, y los privados, en los cuales el conductor te cobra, el mismo precio, al bajar en tu destino.
Curioso, pues no es mejor el servicio del "privado", no es más rápido ni más cómodo, además no parece ir en contra del servicio público ni contravenir ninguna norma, simplemente está ahí, conviviendo, y aportando más frecuencia de paso a unas lineas que, aparentemente no existen pero que todo el mundo parece saber que están ahí . Realmente curioso.

lunes, marzo 08, 2010

Primeras impresiones...


Tras los primeros días de sorpresa e impacto, poco a poco la ciudad se revela como un microcosmos rico y exuberante a los ojos del occidental recién llegado y acostumbrado a la cómoda y previsible vida de Barcelona. Nuevas formas de convivencia, nuevos olores, nuevas religiones…que en el fondo, y con el paso de los días, no percibimos como tan lejano, más bien al contrario, nos vincula a algo común que nos une de manera subterránea, sutil.

Es una manera de vivir, sensual y hedonista, meridional y mediterránea, no ajena a nuestra cultura, pero que quizá nosotros hemos escondido bajo capas de civilización e influencia del norte de Europa.

Beirut en su conjunto, es el reflejo de las diversas comunidades que la conforman: es totalmente fragmentada y no existe transporte público, debes de moverte en taxi a todas partes…o a pie. Cada barrio tiene su propia dinámica y responde a la comunidad religiosa que lo habita, ignorando a sus vecinos.

Por ejemplo Achrafieh, en el mítico Beirut este, es cristiano y la gente trata de hablar sólo en francés para distanciarse de los musulmanes, que hablan en su mayoría arabe o inglés. Quizá tiene un carácter más parecido al europeo, y por ello más aburrido para nosotros. Es quizá la parte de la ciudad que se mantiene mejor, quedan más casas de estilo otomano sin derruir, aunque muchas en un estado bastante lamentable. A veces parece una mala copia de una aburrida ciudad belga, con sus monsieurs volviendo a casa para la hora de la comida con su baguette bajo el brazo.

Más ejemplos: Escribo sentado en una tranquila terraza del barrio de Hamra, el bullicioso y popular barrio de servicios que se potenció, casi por necesidad, durante la guerra civil que arrasó el país en la década de los 80. Aquí uno descubre el sincretismo cultural de lo que debe ser el oriente levantino, nuestro confín del Mediterráneo. Aunque en esencia y por ubicación musulmán, pocos barrios en Beirut acumulan tanto en tan poco espacio, quizá por su carácter de zona franca, de centro "oficioso" en oposición al centro oficial, el centre ville reconstruido por la empresa SOLIDERE, de capital Saudí y Libanés y que tan pingües beneficios reportó a la familia Hariri.

Por lo tanto Beirut es un mosaico de comunidades, exótico y explosivo. Según algunos autores la identidad del libanés no es el Líbano, sino su comunidad. Un residuo del antiguo imperio Otomano, pero sin Sultán y en un territorio no más grande que Asturias. Aunque quizá sea justamente la inestabilidad social, el complejo equilibrio entre comunidades y religiones, lo que mantiene y potencia ese ansia por vivir el momento, eso que la hace tan atractiva.