miércoles, marzo 31, 2010

Camino al corazón de Fenicia

El domingo fuimos a Tiro. Al igual que Biblos, Tiro tiene un pasado que impresiona y da vértigo. Capital de una de las potencias marítimas más importantes de la antigüedad, Fenicia, fue asediada por Nabucodonosor durante 13 años sin poder conquistarla, ganándose por ello la fama de inexpugnable debido a su situación estratégica, un pequeño conjunto de islotes formando un puerto natural. Su reputación desapareció cuando Alejandro, tras siete meses de asedio, consiguió conquistarla construyendo un istmo de arena hasta la ciudad que todavía hoy perdura. Una vez más, el de Macedonia superó los límites de la mitología antigua forjándose así su propia leyenda. Fue el comercio con Egipto y el mediterráneo lo que hizo florecer a Tiro, y sus guerras civiles fagocitadoras entre Tírios, un preludio de lo que la historia tenía reservado a esta región, hicieron que una gran parte de ellos fundasen en una de sus colonias el germen de lo que con el tiempo sería Cartago. Hoy en día, como casi todo el sur del Líbano, es el feudo de Hezhbola, el Partido de Dios.

Tenemos de nuevo la gran suerte de poder contar con la compañía de unos amigos libaneses que son originarios de esta zona y que nos guían e introducen en uno de los puntos más conflictivos de oriente medio, en uno de esos lugares en el cual parece destinada a jugarse la partida decisiva entre oriente y occidente, en palabras de Huntington y el think tank cristiano que asesoraba al anterior presidente norteamericano. De nuevo la paradoja y los contrastes de esta realidad emergen para desbaratar las ideas preconcebidas. Uno de nuestros acompañantes es chií, y quizá es lo peor que se puede ser en oriente medio: laico.

El camino lo hacemos en coche, y poco a poco nos vamos introduciendo en un paisaje rico y frondoso que nos recuerda al levante español 30 años atrás. Grandes extensiones de plantaciones de naranjos y plátanos llegan hasta unas playas espectaculares de arena blanca, largas y casi vírgenes. El potencial turístico de esta fértil región es indudable. La carretera, en malas condiciones, serpentea entre la exuberante vegetación y atraviesa pueblos de pescadores de diferentes confesiones: cristianos, musulmanes, así sucesivamente. En Saida, la antigua Sidón, se encuentra el bastión Suní de los Hariri y el campo de refugiados palestinos más importante del Líbano, cercado y vigilado por destacamentos del ejército libanés.

Nos vamos adentrando en la zona supuestamente controlada por la UNIFIL, pasamos un control de soldados Surcoreanos parapetados tras unos bloques hormigón blanco que tienen impresos el emblema de Naciones Unidas y el mensaje de “Por un Líbano en paz”. Es el último que vemos, a partir de entonces los estandartes con el fondo verde del Partido de Dios se suceden en farolas, alguna foto del Ayatolá Jomeini signo evidente de quién realmente controla la zona. El estado del Líbano, su presencia en forma de ejército, es inexistente mientras avanzamos el en sentido inverso a las sucesivas invasiones del vecino del sur, cada vez más cerca de una de las fronteras más calientes del mundo.

Recuerdo un chiste que tiene mucha fortuna entre los libaneses: cuando Dios creó el Líbano le dio las mejores playas, las mejores montañas, el mejor clima, las mujeres más guapas y la mejor gastronomía. Cuando el resto del mundo se quejó, Dios les dijo, no os quejéis, ya veréis que vecinos les he puesto. En la lejanía ya se atisban las ruinas de Tiro entre el sucio y gris hormigón de las caóticas e ilegales construcciones de la ciudad, otro signo de la ausencia de autoridad. Más allá se ven unas montañas, alguien dice en el coche- Mirad, aquellas montañas ya son Palestina.

sábado, marzo 27, 2010

La seguridad de estar en Tiffany’s

Esta mañana pensaba que, al igual que le sucedía a Audrey Hepburn cada vez que entraba en Tiffany’s , cuando estoy en Hamra me invade una agradable sensación de seguridad, porque tengo la certeza que aquí nada malo podría sucederme.

Tengo esta agradable sensación cada mañana cuando me tomo un capuchino, dulce y cremoso, en la terraza del Café Younes rodeado de imberbes estudiantes de la AUB. Cuando llevo mis pantalones a zurcir al sastre que tengo delante de mi casa, que acepta el encargo con la misma profesionalidad que si le hubiese pedido confeccionar el traje de mi boda. La tengo cuando voy a comprar a uno de los muchos colmados que abren hasta altas horas de la noche pero que no venden alcohol. Me pasa cuando el taxi que me devuelve de Asrafiye o el Downtown me deja enfrente del Café Costa y la dejo de tener cuando caminado dejo atrás el parque Sannayeh. Cuando acuerdo un precio razonable por lavar mis camisas en la lavandería y al recogerlas me quieren cobrar el doble de lo pactado con una sonrisa inocente. Cuando me tomo una cerveza y escucho jazz en el Prague, el mejor bar de Beirut porque no parece de Beirut. Cuando me tomo un zumo recién exprimido de naranja y zanahoria que cada día cuesta más barato. Cuando sigo teniendo dificultades para orientarme entre la tupida red de calles que no tienen nombre. Cuando descubro una pequeña tienda de gafas usadas que haría las delicias de cualquier moderno de Barcelona y aquí no es más que el resultado de una evidente necesidad. Cuando el delivery de comida preparada aparece en casa cinco minutos antes de haberlo llamado.

Siendo Hamra un barrio de Beirut, este tipo de sensaciones adquieren el mismo valor incalculable que el mejor diamante tallado de la famosa joyería de la Quinta avenida.

miércoles, marzo 24, 2010

Al borde de La Corniche

Una de las ventajas de vivir en Hamra, entre otras muchas, es tener la Corniche a dos pasos de casa. La Corniche es un paseo marítimo que recorre, o mejor dicho circunvala la parte de la ciudad que se introduce en el mar como la proa de un barco, como un apéndice de la misma que queda rodeado de mar por sus tres costados.

No hay un acuerdo entre los Beiruties en definir donde empieza y donde acaba este magnífico paseo. Algunos dicen que va desde el mítico St. George Yacht Club hasta el Luna Park, el triste y melancólico parque de atracciones que se encuentra al final de Hamra Street y que haría las delicias del Tim Burton más auténtico. Otros dicen que la Corniche acaba en la playa pública más allá de la Roca de las Palomas, enlazando con otro paseo marítimo, el nuevo Rafik Hariri avenue. Y por último hay unos pocos que opinan que acaba en el faro que hay en la punta de esta parte de la ciudad que queda dentro del mediterráneo.

Al margen de estas disputas estériles y tan libanesas, la Corniche es un balcón al Mediterráneo único y estratégicamente ubicado, que se convierte en un excelente mirador del mar, de la costa norte y del monte Líbano, todavía hoy cubierto por la nieve. La vista es espectacular e invita a la contemplación y al descanso, sobre todo en una ciudad tan densa y con tan pocos espacios públicos que permitan huir de la polución, el tráfico y ese caos tan genuinamente oriental.

Son las tardes de domingo cuando la Corniche despierta y saca a relucir todos sus encantos. Orientada a poniente, los paseantes se reúnen allí para disfrutar de un atardecer limpio y deslumbrante. Es un placer singular y económico que permite además de descubrir el retrato cultural y sociológico del Beirut más popular y humano, disfrutar de un atardecer como pocos.

Familias enteras se reúnen para pescar con sus rudimentarias cañas, muchas de ellas artesanales, heredadas de padres a hijos. Jóvenes sentados en los bancos de familiar y surrealista “trencadís” gaudiniano, fuman el Narguile y pasan la tarde plácidamente. Grupos de mujeres de mediana edad, cubiertas con pañuelos de colores y vestidas a la occidental, pasean de manera veloz, poniéndose al día de las pequeñas miserias familiares que cada una debe sufrir o quizá de las pequeñas alegrías cotidianas. Grupos de hombres se encuentran y hablan mientras comen alguno de los tentempiés que ofrecen los vendedores ambulantes. Un padre de poblada y ostentosa barba juega al futbol con su hijo pequeño, vestido de manera humilde y cuidadosa, aseado y bien peinado para la ocasión, todo ello ante la atenta mirada de una madre cubierta con un pañuelo y un vestido negro, oscuro y oscurantista. Sonríen relajados. Grupos de quinceañeras, vestidas llamativamente a la occidental, se apoyan en la barandilla del paseo mientras sonríen pícaramente a algún grupo de adolescentes que visten orgullosamente camisetas del Barça, del Inter o del Manchester United, reflejos de un gran mundo lejano, allá donde el sol se pone. En este retrato de una tarde de domingo en la Corniche no parece haber cristianos, quizá no perciben como propios estos placeres tan cotidianamente vulgares.

Todo esto sucede al borde de la Corniche mientras recuerdo la Barceloneta de mi infancia, bajo la luz radiante de un sol levantino, nítido y luminoso como un cuadro de Fortuny o de Sorolla, que poco a poco se pone en Occidente, más allá de un mar azul y oscuro.

lunes, marzo 22, 2010

Espejismos de Oriente en Occidente

El sábado tuvimos la gran suerte de ser invitados a comer por Tomás Alcoverro, el corresponsal de la Vanguardia en Oriente Medio. Fue agradable y provechoso en todos los sentidos, en primer lugar pudimos comer algo cocinado a la europea, lo cual fue un reconstituyente necesario y delicioso para un estomago maltrecho de tantos excesos gastronómicos a la libanesa. En segundo lugar, la comida se transformó en una clase magistral de casi dos horas por parte del decano de los corresponsales que informan desde el laberinto sociológico que es esta región.

Creo que acabó agotado, pero a nosotros nos supo a poco. La conclusión final se reduce al logrado título que tienen sus artículos de la Vanguardia “Espejismos de Oriente”, pues aquí nada es lo que parece, nada responde a nuestra incorregible manía de etiquetar a las personas, a las religiones, a los grupos. Esta obsesión tan nuestra que nos permite vivir instalados cómodamente entre el alud de información en el cual vivimos inmersos y que creemos que nos ayuda a interpretar la realidad que nos rodea bajo consignas y decodificadores que no hacen más que anestesiar nuestra capacidad de análisis. Aquí todo esto se demuestra sorprendentemente inútil y equívoco, o lo que es peor, perjudicial para nuestro conocimiento.

En Oriente medio todo es cambiante, es la sensación de vivir sobre capas tectónicas en constante movimiento. Empiezo a entender que para un periodista vivir esta realidad, tratar de comprenderla e informar objetivamente de ella puede llegar a ser un reto titánico y difícil. Para llegar a esto primero debería de desprenderse de años de prejuicios y prescindir de apriorismos y estereotipos, repetidos en las facultades de periodismo y en los medios de comunicación occidentales como versículos del Corán en una Madrasa. Para mayor desinformación todo esto sucede en una región plagada de espías occidentales que apenas hablan árabe y que demuestran día a día lo pedante y pretencioso que es llamarlos Servicios de información. Que se lo pregunten a la CIA tras sus continuos fracasos en Irak. Estas son nuestras fuentes de información.

Por todo ello en Occidente, y por lo que respecta a Oriente medio, vivimos instalados en la perpetua desinformación, seguimos fórmulas antiguas para analizar y tratar de entender una sociedad tan compleja, cambiante y vertiginosa como podría ser la nuestra, dónde la religión es sólo un elemento más, y no el más importante, en el intrincado gran juego que se desarrolla entre el Océano Índico y el Mediterráneo.

Nada es lo que parece, porque en el fondo no son más que espejismos de Oriente que siguen manifestándose en Occidente. Y como todos sabemos, los espejismos no son reales, sólo están en los ojos que quién los mira.

jueves, marzo 18, 2010

¿la Francofonía es un arma cargada de futuro?

Poco a poco los días van pasando y empiezo a ser consciente de que mi capacidad de sorpresa va mermando también poco a poco. Además esta mañana, mientras me afeitaba, caí en la cuenta que utilizaba una espuma de indescifrable nombre árabe, con cuchillas de igual indescriptible grafía para mí. Entonces pensé que la mayoría de cosas y productos que traje de España ya se habían acabado o estaban a punto de hacerlo, y todos habían sido sustituidos por otros productos de aquí. Y pensé que al igual que estos productos que se habían acabado y habían sido sustituidos por otros locales, yo también me estaba despojando de mis prejuicios y de mis ideas preconcebidas y me iba acostumbrando a la nueva realidad que ya no era tan nueva, y había generado nuevas rutinas que habían sustituido a las de Barcelona.

Empiezo a ver actitudes, hechos o costumbres como normales, cuando hace tres semanas me habrían sorprendido. Esto es bueno y es malo, pues inexorablemente voy perdiendo finura en el análisis de la realidad que me rodea, tan rápido como me voy mimetizando en ella.

Aunque todavía hay cosas que siguen llamándome la atención: la pasada noche, con motivo del 40 aniversario de la Francofonía, se celebró en Beirut la Franco folie, un acto que consistía en poder beber vino y comer quesos a discreción en cualquiera de los bares asociados al evento por el módico precio de 15 dólares. El acto estaba patrocinado por la Mission Culturelle Française, una delegación cultural muy activa en el Líbano, o mejor dicho, en Beirut. Está claro que cualquier excusa es buena para que la noctámbula Beirut pueda seguir con su perenne juerga.

Cuando me refiero a cualquier excusa, me refiero a que personalmente no percibo en Beirut que la tal francofonía, eso que los franceses tratan de promocionar de forma tan orgullosa y pomposa, aquí tenga mucho sentido. Pocos hablan en francés, sólo se reduce a algunos rótulos anteriores a la guerra y a los barrios cristianos, que ya sólo representan un escaso tercio de la población, aproximadamente y a falta de censos oficiales que digan otra cosa. A mi me da la sensación que deben ser menos. Eso sí, el francés se mantiene como la segunda lengua oficial del país, pero a mi juicio se debe más a razones políticas que a sociológicas, más relacionadas con el confuso y arcaico sistema de representación que la constitución libanesa establece que a una realidad idiomática existente.

El acto se reducía a los bares de la rue Gemmayzé, en Achrafiyé. Salimos, bebimos y comimos, no como franceses si no como libaneses, es decir, sin límite, apurando las copas de vino de la Bekaa, no de la Borgoña, y comiendo queso de dudoso origen francés. Sobra decir que la calle estaba abarrotada de gente mamada, pasándoselo bien, eso sí, en dialectal árabe libanés o en internacional inglés. Nada extraño en esta ciudad y que poco tiene que ver con la exaltación de lo francés.

Al volver en taxi a Hamra, el barrio donde vivimos de mayoría suní, las calles estaban vacías. Estaba claro que los ecos de la fiesta de la mistificación francesa no habían llegado al centro comercial y neurálgico de la ciudad, a su barrio más popular. No creo que sólo fuese porque a los musulmanes no les está permitido beber vino.

martes, marzo 16, 2010

La mirada de Ulises

Byblos es un pequeño puerto natural en la costa central del Líbano donde el poso de la historia ha dejado huellas indelebles. La pequeña población histórica se encuentra cercada por una muralla medieval que en la actualidad parece protegerla del gris hormigón de la nueva ciudad, como si de un nuevo ejercito invasor se tratase.

Byblos es sutil y coqueta, mediterránea en todos sus rincones, pasear por ella es embriagarte del aroma de una vegetación que florece entre sus piedras y muros. Supongo que para un tipo de turismo acostumbrado a la grandilocuencia y ávido de impresiones fuertes, que viaja por el mundo esperando un Port Aventura en cada rincón que visita, Byblos puede parecer minúsculo y no responder a las expectativas creadas por las guías. Está claro que Byblos no es su lugar y exclamará- no es para tanto- y tendrán razón, Byblos no es para ellos.

La vista al pequeño puerto, tan importante a lo largo de la historia, requiere compromiso y una mirada experta y formada, avezada en la observación, en la capacidad de dejarse llevar por la atmosfera quieta, tranquila y reposada. Es cierto, Byblos no es un objeto de consumo turístico rápido. Mejor.

Byblos es esencia de Mediterráneo, es encontrar un románico espectacular en la iglesia de San Juan Bautista, es dejarse llevar por los rincones y portales de su viejo zoco, es contemplar la serena belleza del puerto , viendo entrar lentamente las pequeñas embarcaciones de los pescadores en su ensenada, en el mismo lugar desde donde antes salieron muchas de las mercancías que llegaron a Europa desde Oriente. Es encontrar villas de estilo otomano desafiantes en el pequeño acantilado, como sacadas de una novela de Amin Maalouf. Y todo ello bajo la luz cálida de una primaveral mañana de marzo, al lado de un mar azul y brillante.

Entonces descubres que Byblos es Chipre, Amalfi, Grecia, Malta, Estambul y es l’Empordà, y sientes como aquella canción de Lluís Llach sobre un poema de Martí i Pol, et deixo un pont de mar blava, cobra un sentido revelador y sientes por un momento que, por encima de religiones y conflictos, no estas tan lejos de casa.

lunes, marzo 15, 2010

Camino a Byblos

Ayer fuimos de excursión a Byblos. Para quién ha estudiado historia, o para quién está interesado en la antigüedad, Byblos representa un concepto, una reliquia. Es un pequeño puerto situado al norte de Beirut, a unos 30 kilometros camino de Trípoli. Hay restos de población desde hace 7000 años, y desde entonces nunca ha dejado de ser un lugar habitado, con un rico pasado hitita, egipcio, asirio, helénico, romano, bizantino, templario, musulmán…así hasta la actualidad. Una dimensión del tiempo y una concepción de lo antiguo sorprendente para nuestras magnitudes occidentales.

Llegar a Byblos, como cualquier desplazamiento en el Líbano, requiere paciencia y tiempo si se plantea hacerlo en transporte público. Cogemos el autobús número 2, ya de por sí una odisea, desde Hamra hasta la estación de buses de Dawra en el barrio armenio de Bourj Hammoud. Un día escribiré algo sobre este particular barrio al norte de la ciudad.

La estación es, básicamente, una rotonda bajo la autopista, caótica y dispersa, dónde moverse y encontrar un bus hacía el norte requiere conocer los usos y costumbres del transporte libanés: has de situarte en la dirección a la cual te diriges y entonces te asaltan los conductores, ofreciéndote su autobús. Por el módico precio de 1.500 libras libanesas, 1 dólar al cambio, puedes viajar hasta Byblos. Realmente económico.

El viaje empieza cuando el conductor considera que hay suficientes pasajeros como para que el viaje sea rentable. La primera sorpresa es que el autobús no va a ningún destino en concreto, va hacía el norte simplemente y va parando a la gente que camina por la autopista, llamándoles la atención con el ya clásico bocinazo libanés, para y recoge al ocupante. El mismo proceder para bajar, te acercas al conductor y le avisas, entonces para en medio de la autopista. Pese a lo rudimentario y pedestre del tema, la verdad es que es un modelo de viaje barato y a la carta.

El trayecto a Byblos es interesante, se puede contemplar como el precioso paisaje costero del Líbano ha sido arrasado por un urbanismo salvaje, que copia en cierto modo la dudosa estética de la Costa azul y Andorra la vella, pero más decadente y denso, sin planificación urbana que lo ordene o que le dé sentido. La utopía de cualquier dirigente popular valenciano.

Al ser una costa muy abrupta donde las altas montañas caen en picado al mar, se pueden ver sorprendentes construcciones de varios pisos que desafían la ley de la gravedad, literalmente. Además al transcurrir el trayecto por una zona mayoritariamente cristiana, existen muchas cimas costeras coronadas con grandes Cristos de piedra blanca, una señal más de la abundancia de signos religiosos que hay en el país, que parecen responder a la necesidad de marcar como propio un territorio al extranjero más que a una expresión de Fe. También intuyes que la población en el Líbano se acumula en la costa, como sucede en España. Hasta Byblos no hay espacios deshabitados, es una línea ininterrumpida de hormigón y cemento.

Dejamos atrás el antiguo puerto de pescadores de Jounieh, reconvertido en retiro de los Cristianos pudientes durante la guerra civil y el mítico desfiladero del Nahr al Kalb, historia viva de un Líbano fronterizo y milenario. Un viaje enriquecedor y relajante, pese a la incordiante música libanesa que inunda sin misericordia el autobús, pues dejar atrás la aglomeración urbana de Beirut se convierte en un bálsamo para nuestro estado de ánimo.

viernes, marzo 12, 2010

El taxi en Beirut

El medio de transporte más habitual en Beirut es el taxi. También tiene sus particularidades como los autobuses, y requiere conocer su idiosincrasia antes de utilizarlo. En comparación con Barcelona hay muchísimos a todas horas y en todos los barrios, lo cual facilita mucho el desplazamiento a través de la ciudad. Hay vehículos modernos y los hay antiguos y destartalados que difícilmente pasarían una ITV.

Dos consideraciones al respecto, ante la gran cantidad de taxis, el usuario no para un taxi, si no que es el taxi el que te para a ti, lo hace llamándote la atención tocando el claxon. El resultado es una sinfonía de bocinazos, constante y molesta en toda la ciudad. He de decir que al cabo de los días te acostumbras a ella, te inmunizas y acabas asumiendo esta contaminación acústica como una parte más del caos circulatorio de la ciudad, una parte del paisaje sonoro de la misma.

La otra consideración sobre los taxis de Beirut esta relacionada con el uso del mismo. Existen dos modalidades: servicio de taxi en nuestra concepción, y “service” que es algo más propio de Beirut.

La primera modalidad es sencilla, te acercas al taxista y negocias el precio de la carrera, nunca más de 10.000 libras libanesas hasta la otra punta de la ciudad. La segunda alternativa es la curiosa, el taxi ya lleva ocupantes y preguntas si le va bien llevarte a ti también si le va de camino, si es así entonces el precio se reduce considerablemente y no pagas más de 2.000 libras libanesas, además es una forma de confraternizar con la población local, teniendo muchas veces extraños y particulares compañeros de viaje.

Puedes viajar acompañado de un sunní, un chiíta y un maronita, desde Hamra a Gemmayze todos juntos dentro de un taxi que acaba siendo una representación simbólica de la complejidad social del Líbano, pero en franca harmonía, al menos durante el tiempo que dura el trayecto. Que fácil sería para este país si, como en el taxi, todos compartiesen un mismo destino.

miércoles, marzo 10, 2010

Encadenados a la geopolítica

El fatalismo en el Líbano parece formar parte de la idiosincrasia de esta gente. Con poco más de 10 días y escasas lecturas al respecto, no pretendo ser un experto, pero hay detalles que no se pueden obviar y que reflejan un estado de opinión, o mejor dicho, de ánimo.

L’Orient le jour es un periódico que se publica en Beirut, su encuesta on-line a sus lectores es la siguiente: ¿Habrá guerra en verano? Opine. Así sin más. Es fascinante como se percibe la guerra aquí: es un fatalismo, como una plaga, algo ajeno a ellos ante lo cual tienen nula capacidad de intervención, de decisión.

Mi opinión es que, tras 15 años de guerra civil todavía reciente en el imaginario colectivo del libanés- acabó en 1990- y con dos conatos en 2006 y 2008, la gente asume que esto va como va. El Líbano no deja de ser un país pequeño, rodeado de otros con mayor potencia militar e importancia que ellos. Es cierto que el Líbano es rico, tiene turismo, grandes inversiones, pero no pinta nada en la geopolítica de Oriente Medio, es un sujeto pasivo que además se encuentra tensionado internamente debido a los múltiples intereses de las comunidades que le dan forma.

Los Chiítas de Hezbolah, que ahora participan del juego político del país con 3 diputados, se deben a Irán. 3 diputados que representan a un tercio de la población del Líbano, constitucionalmente no pueden tener más. Buscan su espacio y su modelo de Líbano, como en su momento buscaron los musulmanes sunníes y los cristianos maronitas, apoyándose en otros agentes externos para sus fines, produciendo los devastadores resultados por todos conocidos.

En el sur, Israel espera pacientemente y sobrevuela el espacio aéreo para recordar que están vigilantes cual espada de Damocles, y a 2 horas de Beirut, Siria espera volver a controlar éste pequeño territorio, teniendo dentro del país una quinta columna de peones y trabajadores, considerados mano de obra barata, que trabajan en el sector de la construcción y que habría que ver cual sería su comportamiento en caso de conflicto. Por si esto no fuese poco, al sur de Beirut se encuentra una gran población de refugiados palestinos que sobreviven allí desde hace 20 años, sin tener ningún estatus legal, son alegales en un país que no los reconoce oficialmente.

Y mientras este castillo de naipes sigue creciendo, la ciudad vive en constante frenesí y ebullición: los cafés están llenos, las noches son largas y alocadas, existen discotecas tan famosas que incluso se fletan aviones desde Nueva York sólo para pasar una noche de desenfreno en ellas.

La frivolidad ha tomado las calles como si de una feria de las vanidades se tratase, más Ferraris y coches de alta gama que en muchas ciudades europeas, operaciones de cirugía estética como quién va al dentista. La consigna es “vivir el presente”, pues el mañana es una incógnita. Nunca una afirmación como esta cobra tanto sentido como en el Líbano pues al fin y al cabo su mañana no sólo depende de ellos.

martes, marzo 09, 2010

Beirut en movimiento

Hoy quiero comentar algo sin duda curioso que demuestra el espíritu de esta ciudad tan particular. Hace unos días descubrí que sí existe algo parecido a un transporte público: el autobús, para ser más precisos, una serie de minibuses atrotinados que cubren una serie de lineas que todavía no he sabido descubrir a qué itinerarios corresponden cada una de ellas, y sobre todo, no he conseguido averiguar dónde y cómo están señalizadas las paradas.

Por lo que parece todos saben, de forma tácita, donde esperar al autobús y cual coger en función del destino al cual se quiera ir, yo francamente no he sabido encontrar esta información en ningún sitio y me limito a seguir las indicaciones de los autóctonos o conocidos que, por su experiencia, me informan de ello- si quieres ir a Ashrafihe desde Hamra, coge el 2 al lado del supermercado Monoprix- por ejemplo. A modo de inciso, he de decir que tampoco hay numeración en las calles, por lo que las referencias a locales, negocios, mezquitas o iglesias, son el único y fiable modo de orientación.

Uno se acerca al lugar indicado y espera ver pasar un minibus que suele tener un folio en la parte delantera con el número de la linea que cubre, impreso. La primera sorpresa es que, hay 2 tipos de minibuses que realizan cada itinerario, están los "públicos" en los cuales el conductor te cobra 1000 libras al entrar, y los privados, en los cuales el conductor te cobra, el mismo precio, al bajar en tu destino.
Curioso, pues no es mejor el servicio del "privado", no es más rápido ni más cómodo, además no parece ir en contra del servicio público ni contravenir ninguna norma, simplemente está ahí, conviviendo, y aportando más frecuencia de paso a unas lineas que, aparentemente no existen pero que todo el mundo parece saber que están ahí . Realmente curioso.

lunes, marzo 08, 2010

Primeras impresiones...


Tras los primeros días de sorpresa e impacto, poco a poco la ciudad se revela como un microcosmos rico y exuberante a los ojos del occidental recién llegado y acostumbrado a la cómoda y previsible vida de Barcelona. Nuevas formas de convivencia, nuevos olores, nuevas religiones…que en el fondo, y con el paso de los días, no percibimos como tan lejano, más bien al contrario, nos vincula a algo común que nos une de manera subterránea, sutil.

Es una manera de vivir, sensual y hedonista, meridional y mediterránea, no ajena a nuestra cultura, pero que quizá nosotros hemos escondido bajo capas de civilización e influencia del norte de Europa.

Beirut en su conjunto, es el reflejo de las diversas comunidades que la conforman: es totalmente fragmentada y no existe transporte público, debes de moverte en taxi a todas partes…o a pie. Cada barrio tiene su propia dinámica y responde a la comunidad religiosa que lo habita, ignorando a sus vecinos.

Por ejemplo Achrafieh, en el mítico Beirut este, es cristiano y la gente trata de hablar sólo en francés para distanciarse de los musulmanes, que hablan en su mayoría arabe o inglés. Quizá tiene un carácter más parecido al europeo, y por ello más aburrido para nosotros. Es quizá la parte de la ciudad que se mantiene mejor, quedan más casas de estilo otomano sin derruir, aunque muchas en un estado bastante lamentable. A veces parece una mala copia de una aburrida ciudad belga, con sus monsieurs volviendo a casa para la hora de la comida con su baguette bajo el brazo.

Más ejemplos: Escribo sentado en una tranquila terraza del barrio de Hamra, el bullicioso y popular barrio de servicios que se potenció, casi por necesidad, durante la guerra civil que arrasó el país en la década de los 80. Aquí uno descubre el sincretismo cultural de lo que debe ser el oriente levantino, nuestro confín del Mediterráneo. Aunque en esencia y por ubicación musulmán, pocos barrios en Beirut acumulan tanto en tan poco espacio, quizá por su carácter de zona franca, de centro "oficioso" en oposición al centro oficial, el centre ville reconstruido por la empresa SOLIDERE, de capital Saudí y Libanés y que tan pingües beneficios reportó a la familia Hariri.

Por lo tanto Beirut es un mosaico de comunidades, exótico y explosivo. Según algunos autores la identidad del libanés no es el Líbano, sino su comunidad. Un residuo del antiguo imperio Otomano, pero sin Sultán y en un territorio no más grande que Asturias. Aunque quizá sea justamente la inestabilidad social, el complejo equilibrio entre comunidades y religiones, lo que mantiene y potencia ese ansia por vivir el momento, eso que la hace tan atractiva.