lunes, septiembre 13, 2010

El tambor de hojalata

La carretera remonta una abrupta colina que se levanta sobre la planicie de la costa sur del Líbano. Son las primeras estribaciones de las montañas que separan a la costa del valle de la Bekaa. La pendiente es muy pronunciada pero el asfalto de la carretera es nuevo. Pasamos algunas aldeas adosadas a la ladera montañosa, son pequeños núcleos de población que la estrecha carretera atraviesa. Vemos alguna tienda y algún bar dónde la gente para su coche sin preocuparse de la viabilidad de paso para los demás vehículos, esto dificulta la circulación dado que hay dos sentidos, obligándonos a parar continuamente para dejar pasar a algún coche en sentido contrario.

También vemos muchos niños que juegan o simplemente pasean por la carretera con un sinfín de armas de fuego de juguete: Kalashnikov, recortadas, pistolas, revólveres… parece que aquí no existe otro tipo de pasatiempo. La carretera prosigue su ascensión hasta lo alto de la colina, disfrutando unas vistas excepcionales de toda la costa, de las altas montañas del Antilbano, de los Altos del Golán e Israel, la Palestina ocupada. Allí, en la cima, se encuentra ubicada Mleeta, el Museo de la resistencia, el parque temático que Hizhbolla acaba de inaugurar con los deshechos de la guerra de 2006. Se ha construido en el antiguo refugio de la milicia, un nido de águilas escarpado e inaccesible.

Dejamos los coches en un parking y nos dirigimos a la entrada principal. Todo huele a nuevo y a gran inversión económica por parte del partido de Dios. Nada que envidiar a algunos complejos lúdicos similares en Occidente, solo que aquí no hay ni Patos Donalds ni Mikies, hay tanques y armas incautadas al ejército israelí, colocadas en un inmenso recinto para uso y disfrute de la población aledaña. Todo al servicio del aparato propagandístico del partido chií. La tranquilidad y la nitidez de un cielo azul de septiembre no hacen más que incrementar la surrealista sensación que produce el lugar.

Una rampa de acceso lleva a una gran plaza donde se encuentra el monumento conmemorativo que tiene por nombre The Abyss : una pasarela en espiral nos conduce desde la superficie hasta un foso en el cual se encuentran diversos restos de armamento israelí, formando una grotesca sinfonía de desperdicios militares, en el centro de la misma una lápida con la estrella de David y un mensaje en hebreo que parece estar dispuesto para ser visto desde el aire, es decir, para ser leído por los aviones espía del país vecino. Justo al lado de este apocalíptico memorial se encuentra un edificio que recoge más equipamiento del ejército invasor además de unos paneles informativos que marcan unas coordenadas precisas de puntos neurálgicos de Israel a los cuales la milicia Chií puede golpear en caso de ataque al Líbano. Farol o no, impresiona.

La atracción más interesante es la que se conoce como The Pathway, se trata de un recorrido entre un bosque mediterráneo que sigue la línea de trincheras y los Bunkers que utilizó Hizhbolla en la guerra de 2006, permite ver una serie de galerías acondicionadas para poder imaginar como era la vida de los milicianos durante el conflicto. También hay ametralladoras de grueso calibre, misiles antiaéreos y morteros, camuflados en medio de la espesura junto a maniquíes vestidos de guerrilleros. Los visitantes, familias enteras en su mayoría, parecen disfrutar del surrealista escenario como si de un picnic dominical se tratase. El final del camino termina en un mirador suspendido en la cara sur de la colina, la más escarpada, y desde la cual se ve el país vecino.

Volvemos a Beirut descendiendo la carretera y vemos de nuevo a los niños jugar con las armas de juguete. Empezamos a entender por qué no parece haber otro tipo de diversión para ellos ni para sus padres.