martes, junio 29, 2010

El discreto encanto de Ashrafiye

Tiempo de cambios. La presión del precio de los alquileres en el barrio en el cual vivíamos, Hamra, nos ha forzado a buscar apartamento en otro lugar de la ciudad, Ashrafiye, el barrio cristiano que se encuentra en lo alto de una colina tal como su nombre indica: Ashrafiye, la colina de las palomas. Este desorbitado aumento del precio de los alquileres está relacionado con la llegada del verano y por ello con la afluencia masiva de turistas provenientes del Golfo. Como ya dije en anteriormente, estos turistas vienen a Beirut buscando la relajación de costumbres que no tienen en su país, aprovechar la frívola y nocturna vida de la ciudad, sus clubs, sus playas…para ser más exactos: para beber y fornicar, y es que ya lo decía aquel poeta embajador en Beirut “ Hay ciudades que tienen nombre de prostituta oriental”.

Cambio de barrio y cambio de entorno sociológico. Vivir en Ashrafiye es como haber cambiado de ciudad con respecto a Hamra u otros barrios de Beirut, el francés predomina por encima del inglés, las costumbres son distintas, si Hamra es más marítima y en cierto modo más cosmopolita a la vez que oriental, Ashrafiye superficialmente, tiene mucho de Europa: sus pequeños comercios de barrio especializados, sus costumbres occidentales, su manera de vestir, sus restaurantes y sus domingos de tiendas cerradas. Una mala copia de alguna aburrida ciudad belga. Pero como he dicho es algo superficial, pues a poco que indaguemos nos encontraremos con el atávico sustrato árabe, por mucho que lo traten de esconder bajo capas de maquillaje, operaciones de cirugía estética y cogorzas etílicas.

Por todo ello, para los occidentales como nosotros, este barrio reproduce mucho del lugar de donde venimos, por lo tanto la vida aquí es aparentemente más fácil pues responde mejor a las necesidades que traemos de nuestros lugares de origen, así lo debe ver también la Unión Europea, que recomienda a sus trabajadores desplazados en Líbano vivir aquí. En esta decisión también hay un elemento de seguridad nada baladí: los barrios cristianos tradicionalmente no suelen ser bombardeados por los Israelíes, pues no hay que olvidar que antaño, en la guerra civil, fueron aliados. Los palestinos refugiados en los campos de Sabra y Shatila al sur de la ciudad tienen un recuerdo imborrable de aquella alianza. Como viene siendo habitual en esta voluble parte del mundo, esto ha cambiado y no todos los cristianos son proisrael o antisiria.

Escribo sentado en la terraza de mi nuevo apartamento, en una barriada tranquila donde el constante pitar de los coches queda amortiguado por el sonido de las campanas, desde donde puedo ver la tienda de carrinclona moda de la esquina con un sugerente rótulo francés que trata de evocar el rancio aroma del buen gusto parisino, vecino a ella se encuentra el boulanger que vende prototipos de baguettes, más gomosas y menos crujientes que las originales y enfrente está la charcuterie dónde podemos encontrar los productos de primera de necesidad para el hogar, eso sí con un adolescente sirio que te los lleva a domicilio. Bye Hamra, Bonjour Achrafiye.

lunes, junio 14, 2010

El testigo impasible

Nada más aterrizar en el aeropuerto internacional de la capital del Líbano me invadió una excitación propia de quién llega a un lugar mítico de su infancia: El Beirut de las crónicas periodísticas, de las corresponsalías, la escuela de los reporteros de guerra. Para la gente de mi generación, Beirut representa algo así como la quintaesencia de todo ello. Por fin pisaba la fascinante Beirut dónde todo lo bueno y lo malo era posible ¿Qué queda de ella? Mucho y nada.

El centro de la ciudad, devastado por quince años de guerra civil ha sido casi reconstruido en toda su totalidad gracias a un discutible proyecto inmobiliario del presidente Hariri, asesinado en 2005 todavía no se sabe por quién. Un centro urbano de nuevo cuño que mezcla la rehabilitación de algunos edificios del mandato francés, lo que se conoció como el París de Oriente, con los desmanes propios de la fastuosa arquitectura Dubaití. No en vano Hariri fue la mano derecha del Rey Fahd de Arabia Saudí, su hombre de negocios, lo cual ha facilitado enormemente la entrada de capital del Golfo, así como también de turismo de esos países que buscan en el Líbano la juerga y diversión que antes tenían en Marbella.

Entre este nuevo skyline destaca una silueta familiar que no ha desaparecido pese al frenesí constructor que vive la ciudad, que todavía pervive testigo de aquel Beirut de sangre, sudor y crónicas periodísticas: El Hotel Holiday Inn. El macabro Edificio se mantiene rodeado de nuevos colosos de hormigón, cristal y acero. Solo y abandonado, desde la distancia parece uno más de los rascacielos que componen el nuevo perfil de Beirut, pero al acercarnos descubrimos su maltrecha estructura perforada por infinidad de agujeros de metralla y mortero. Sus ventanas fantasmagóricas y vacías producen una sensación de desasosiego mortuorio, pues casi parecen los nichos de una descomunal tumba. Es una visión extraña, como si de un monumento a la barbarie se tratase.

La historia de este símbolo de la guerra civil es sorprendentemente fatídica, en 1974 la cadena hotelera norteamericana decidió abrir su primer hotel en Beirut, iba a ser la joya de la corona: una nueva estructura reforzada contra los movimientos sísmicos, un cine en el subterráneo y la inauguración del primer Sky bar de Beirut en la última planta del edificio. Todo era poco para el destino de moda del Mediterráneo. La verdad es que al poco tiempo de su inauguración empezó la guerra civil y la famosa línea verde que dividió la ciudad en 2 partes pasó justo al lado de su puerta, este hecho y la privilegiada altura del edificio dictaminaron su protagonismo en la contienda así como su condena.

De repente el hotel se convirtió en albergue de nuevos inquilinos. La imponente atalaya fue rápidamente objetivo de los francotiradores, desde la cual podían controlar bien los barrios cristianos de Ashrafieh, bien el barrio de Hamra controlado por los palestinos y sus aliados. El edificio pasó a ser sinónimo de muerte, desde sus ventanas los milicianos apostados esparcieron el horror de la guerra urbana moderna a muchos metros de distancia. Imagino que su sola visión en la lejanía debía provocar el pánico y la angustia, su silueta debió de representar a la muerte para los beiruties. Al acabar la guerra en 1990, encontraron cerca de 500 muertos repartidos por todas las plantas del edificio y 800 en el cine subterráneo.

Beirut, siete veces, destruida siete veces reconstruida. Esta expresión es muy común escucharla en boca de los Beiruties. Desde el taxi que me llevaba al centro pude comprobar que Beirut efectivamente estaba viviendo una nueva reconstrucción, aunque no sabría decir en cual de sus siete se encontraba y si la que estaba viendo en ese momento iba a ser la definitiva, pero mientras tanto ahí permanecía impasible y ajeno el Holiday Inn, a prueba de terremotos…y de guerras.

jueves, junio 03, 2010

Nostalgia otomana

Tras los últimos acontecimientos, la sensación vivir bajo el volcán se hace más evidente pese a que la vida en Beirut no ha variado un ápice. La rutina de sus atascos de tráfico, los bares llenos y la normalidad siguen sin perturbaciones ni cambios. Mientras en el sur, el debate se recrudece y se cuestiona si fue apropiado el uso de la fuerza para detener a un convoy de barcos cargados de medicinas y materiales para la construcción con destino a Gaza violando el bloqueo existente por parte de Israel y Egipto.

La vida sigue en esta región convulsa, mientras Mahed prepara un shawarma me dice apesadumbrado que cómo es posible que Israel haga lo que le viene en gana y que el mundo lo acepte. Asiento con la cabeza sin decir nada, mientras pienso en como tratan en el Líbano a los refugiados palestinos y como la cuestión Palestina es uno de los temas más complejos del mundo árabe: ningún país del oriente medio, estos que ahora se están rasgando las vestiduras, los quiere tener cerca, son incómodos para ellos.

Sólo sirven como arma arrojadiza contra Israel cuando les conviene. No existe solidaridad entre los países árabes, esta es la realidad, por qué quizá no existen países árabes, si no pedazos de tierra delimitados por tiralíneas fantasmagóricos que dividen desiertos despoblados y áridos. Países gobernados por élites familiares representantes de una comunidad a la que apoyan por encima de las otras, que buscan perpetuarse en el poder y cuyo único ideario político es demostrar interna y externamente que son fuertes, sobre todo no mostrar ningún atisbo de debilidad ante los vecinos ni ante la posible disidencia de otras comunidades antes de ser disidencia. Así es oriente medio: sólo existe la comunidad, es aquí dónde se fundamenta la identidad, no en un pasaporte. Es curioso que siendo una de las partes del mundo donde las fronteras han cobrado relevancia y una presencia importante, sea quizá el lugar dónde más artificiales son.

Israel, que llegó 30 años tarde al mosaico de estados que apareció en oriente medio con la caída del Imperio Otomano, se ha adaptado pasmosamente bien a este juego de honores y demostraciones de fortaleza preventiva porqué nunca fue ajeno a ello, la comunidad judía no es más que otro protagonista ancestral de este juego tribal de equilibrios de poder que se desarrolla aquí. No son un elemento nuevo y extraño como dicen algunos árabes ni son un bastión de democracia occidental en un mundo de satrapias orientales como dicen los Israelíes. Son lo que son y tienen el poder de su parte, y hacen lo mismo que harían los otros de tener el poder de su lado: mostrar fortaleza, demostrar que con ellos no se juega y expulsar de sus fronteras a cualquiera que no se corresponda con su comunidad para prevenir eso que tanto temen, la disidencia. Con la vehemencia e intransigencia de quien se cree asistido por la voluntad y el derecho divino. Hay la misma huella de la ilustración en un Ayatolá de Teherán que en un Rabino Ultraortodoxo de Jerusalén.