Tenemos de nuevo la gran suerte de poder contar con la compañía de unos amigos libaneses que son originarios de esta zona y que nos guían e introducen en uno de los puntos más conflictivos de oriente medio, en uno de esos lugares en el cual parece destinada a jugarse la partida decisiva entre oriente y occidente, en palabras de Huntington y el think tank cristiano que asesoraba al anterior presidente norteamericano. De nuevo la paradoja y los contrastes de esta realidad emergen para desbaratar las ideas preconcebidas. Uno de nuestros acompañantes es chií, y quizá es lo peor que se puede ser en oriente medio: laico.
El camino lo hacemos en coche, y poco a poco nos vamos introduciendo en un paisaje rico y frondoso que nos recuerda al levante español 30 años atrás. Grandes extensiones de plantaciones de naranjos y plátanos llegan hasta unas playas espectaculares de arena blanca, largas y casi vírgenes. El potencial turístico de esta fértil región es indudable. La carretera, en malas condiciones, serpentea entre la exuberante vegetación y atraviesa pueblos de pescadores de diferentes confesiones: cristianos, musulmanes, así sucesivamente. En Saida, la antigua Sidón, se encuentra el bastión Suní de los Hariri y el campo de refugiados palestinos más importante del Líbano, cercado y vigilado por destacamentos del ejército libanés.
Nos vamos adentrando en la zona supuestamente controlada por la UNIFIL, pasamos un control de soldados Surcoreanos parapetados tras unos bloques hormigón blanco que tienen impresos el emblema de Naciones Unidas y el mensaje de “Por un Líbano en paz”. Es el último que vemos, a partir de entonces los estandartes con el fondo verde del Partido de Dios se suceden en farolas, alguna foto del Ayatolá Jomeini signo evidente de quién realmente controla la zona. El estado del Líbano, su presencia en forma de ejército, es inexistente mientras avanzamos el en sentido inverso a las sucesivas invasiones del vecino del sur, cada vez más cerca de una de las fronteras más calientes del mundo.
Recuerdo un chiste que tiene mucha fortuna entre los libaneses: cuando Dios creó el Líbano le dio las mejores playas, las mejores montañas, el mejor clima, las mujeres más guapas y la mejor gastronomía. Cuando el resto del mundo se quejó, Dios les dijo, no os quejéis, ya veréis que vecinos les he puesto. En la lejanía ya se atisban las ruinas de Tiro entre el sucio y gris hormigón de las caóticas e ilegales construcciones de la ciudad, otro signo de la ausencia de autoridad. Más allá se ven unas montañas, alguien dice en el coche- Mirad, aquellas montañas ya son Palestina.