Entonces empezó el examen- ¿Dónde vivían ustedes antes de estar en Ashrafiye?- soltó, mi cabeza rápidamente recordó la calle Hamra y el barrio suní donde habíamos vivido tan felices hasta ahora- Vivíamos en Ashrafiye también, cerca de la rue Damascus, como españoles y católicos es donde nos encontramos más cómodos- respondimos, empezaba el juego del gato y el ratón- Eso es cierto, aquí en este barrio todos somos buenos cristianos y todos nos conocemos- sonó a inquietante aviso para navegantes- Eso nos gusta y nos reconforta pues nos hace sentir como en casa- Mentira, si hubiésemos querido sentirnos como en casa nos habríamos quedado en Barcelona.
Ella vio que el terreno era propicio y creyó que jugaba en campo amigo, entonces decidió mostrarnos sus principios- Si, aquí se vive muy bien, no como en otras partes de Beirut, aquí todo está limpio, no como en otros barrios- faltó añadir musulmanes, pero claro, entre “amigos” sobran los detalles - ¿Conocen el Líbano?- nos preguntó- Un poco, queremos ir a Damasco- Mentimos pues conocemos mejor Damasco que Jounieh, fue entonces cuando decidió ofrecernos su imagen de mujer de mundo viajada, tolerante y cosmopolita- Se lo recomiendo, yo he estado una vez, allí hay mucha historia, más piedras quiero decir, fuimos con un tour organizado, nunca vayan solos, pueden ser raptados por cualquiera- sentenció - Así lo haremos Madame, muchas gracias por su consejo-dijimos mientras recordábamos los taxis colectivos que habíamos compartido con Sirios y Chiítas camino a Damasco. Reparamos que su hija se había unido también al examen de manera silenciosa y vestida para la ocasión: minifalda negra, corta incluso para un burdel del barrio de la Boca, y con un top negro con escote “palabra sin honor” que mostraba sin tapujos la silicona recubierta de carne.
Entonces pensé que para estos cristianos la fe no era una más que una señal de identidad, y el pecado de la lujuria un artificioso y banal relleno de pechos.
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