domingo, abril 25, 2010

La ampliación del Ser

Decía Montesquieu en su tratado sobre el Gusto para la Enciclopedia de la ilustración, que la primera obligación de cada uno de nosotros para consigo mismo es la ampliación de la esfera de presencia de su ser, la cual cosa se consigue en primer lugar cambiando de lugar, viajando, es decir variando las fuentes de nuestras sensaciones, viendo lugares que no hayamos visto, lejanos a nuestro hábitat natural. Así, decía el francés, se amplía nuestra percepción de las cosas, y nos desarrollamos como personas, ampliamos nuestro ser. Con mi recién estrenada residencia legal en Líbano decidimos poner rumbo a Damasco, la ciudad de la Poesía, hacia la ampliación de nuestro ser.
Beirut es la mezcla perfecta de Oriente y Occidente, tolerancia y exotismo a partes iguales, quizá es parte de su encanto, ser la frontera o la puerta de entrada a otra realidad más lejana, pues tras las montañas que dan nombre al pequeño país artificial, a sólo 80 kilómetros de Beirut se encuentra la primera de las escalas de Oriente, Damasco.
Parada de las caravanas que tenían por origen el lejano imperio del centro, la capital de los Omeya, es la culminación del refinamiento musulmán, de su belleza y de sus mitos, es el aroma a jazmín en las tibias noches de verano. La tumba de Saladino. Son Las mil y una noches.

Decidimos ir a Damasco en un taxi colectivo, lo que significa compartir una furgoneta con varios pasajeros desconocidos que tienen el mismo destino. Es una manera cómoda y barata de viajar, la cual además te permite conocer gente muy interesante. En nuestro bautismo viajero tuvimos la suerte de coincidir con 3 encantadoras señoras que viajaban a Damasco a algún acto religioso que no supimos dilucidar, una familia Siria que volvía a casa y con Fadi, un joven sirio que llevaba un par de años viviendo en Beirut como auxiliar odontológico y que viajaba a Damasco para una revisión médica que debía presentar junto con otra documentación a la embajada de los EEUU para conseguir la residencia. Su novia era norteamericana y él había vivido en Philadelphia unos 10 años y amaba ese país tanto como odiaba el Líbano y sus anárquicas costumbres. Nos advirtió de algo que luego descubrimos, en Siria hay orden, hay leyes, a diferencia del Líbano.

La carretera a Damasco deja la ciudad para subir de manera repentina la abrupta montaña que constriñe la costa libanesa. Curvas y más curvas superan la primera gran montaña, el Monte Líbano, la primera de las barreras naturales que mantuvieron al Líbano aislado del Oriente desértico. El paisaje todavía es verde y al llegar a lo alto del puerto vemos a nuestros pies el frondoso valle de la Bekaa, viñedos, cultivos y agua, el antiguo granero de Roma. Ahora Hezhbola cultiva marihuana y hachis, siendo una de sus fuentes de ingresos más importantes, además de formar parte de una peregrina estrategia de debilitación de la juventud frívola de Tel-Aviv. Sobra decir que a los únicos a quienes ha debilitado realmente ha sido a sus indolentes milicianos.

Paramos en un pequeño pueblo a tomar un café y cambiar moneda libanesa por Siria, y a escasos 30 minutos llegamos a la frontera en la falda de la segunda estribación montañosa, el Antilíbano. La demora en las parcas y funcionales instalaciones de estética franquista es relativamente corta gracias a la colaboración de nuestro nuevo amigo sirio y una de las señoras que suplica cariñosamente al agente sirio que no nos ponga impedimentos. Coincidimos en la cola del visado con norteamericanos que viven en Damasco, donde aprenden y estudian la lengua árabe, pues parece ser que no hay otro lugar en el cual se hable la lengua como en la ciudad de la poesía, existiendo una población flotante de extranjeros que acuden a ella a estudiarla.

Continuamos el viaje animadamente mientras descendemos el Antilíbano; en el horizonte descubrimos la gran llanura que debe de ser Oriente Próximo, el paisaje es seco, ocre, a diferencia del Líbano, y al final del descenso, en el final de la cordillera vemos Damasco, ubicada en la transición entre la montaña y el desierto. Este será nuestro primer contacto con el Oriente genuino. Una urbe de casi 5 millones de habitantes que mantiene su aspecto de aldea medieval, como varada y dormida en uno sus legendarios cuentos.

viernes, abril 16, 2010

Hogar de dioses y monstruos

Para Oriente próximo Chipre ha adquirido el estatus de paraíso, un lugar donde soñar con la tolerancia. Las sociedades más musulmanas y más estrictas sueñan con ir a Chipre, allí pueden respirar y relajarse de sus rígidos corsés religiosos. Algo parecido a lo que sucede con el Líbano, sólo con más estabilidad y sobre todo, más bonito.

Llegamos al aeropuerto de Lárnaca, nada más llegar resulta inevitable la comparación con el aeropuerto internacional Rafik Hariri de Beirut. Instalaciones modernas para un aeropuerto nuevo, cómodo y confortable. Todo es fácil y la gente respeta las normas, no se puede fumar, es divertido comprobar lo que alguien me dijo de los libaneses, son los más respetuosos con las normas cuando viajan a otro país, y son los más irrespetuosos con las mismas cuando están en el suyo. La sensación de llegar a Europa se produce aunque sólo sea por simple comparación con el Líbano, supongo que esta sensación sería muy diferente de venir desde Barcelona.

Alquilamos un coche de marca japonesa, rigurosamente inglés: volante a la derecha, cosas de la herencia colonial. Será toda una experiencia conducir a la británica y no puedo dejar de pensar lo absurdo de esta práctica tan poco globalizadora que tiene más de ridículo orgullo patriota que cualquier otra consideración práctica que se le quiera buscar.

Nos movemos por la isla a través de autopistas totalmente gratuitas y en muy buen estado, descubriendo gratamente su similitud con el sur de Italia o Grecia, no sólo en el paisaje, también en las construcciones, en el carácter de las personas, en la comida, en las costumbres meridionales. Todavía vírgen al turismo de masas, conservando cierta inocencia rural. Pero poco a poco empezamos a descubrir que la República de Chipre también adolece ese extraño virus que afecta a esta parte del planeta, y que empiezo a creer que es un mal endémico del mismo Mediterráneo: el nacionalismo comunitario y religioso, el odio al otro.

La isla, la tercera en extensión del Mediterráneo, está dividida en dos, de hecho son dos repúblicas étnicamente diferenciadas, una de ellas, la turca, no reconocida por Europa. Se mantiene todavía de forma vergonzosa, una línea verde que divide la isla en dos, fracturando el mismo barrio viejo de la capital, Nicosia, como si de un Berlín de la guerra fría se tratase. En los años setenta una cruel guerra civil provocó su división, y al igual que en Líbano, la injerencia de las dos potencias vecinas, Grecia y Turquía, acrecentó la violencia y el sin sentido del conflicto.

Ahora las dos repúblicas viven totalmente de espaldas, y la entrada en la Unión europea de la parte griega ha generado evidentes diferencias y contrastes de desarrollo y bienestar entre ellas. Es sorprendente pasear por la calle comercial del centro de Nicosia y de repente encontrarte con el puesto fronterizo sin previo aviso, cortando el paso al transeúnte.

Otra vergüenza más de la miseria humana en la periferia de la nueva Europa, en el lugar donde la mitología griega situó el hogar de la diosa Afrodita.

lunes, abril 12, 2010

Retorno a Europa

Una de las grandes ventajas de vivir en Beirut podría ser la cercanía a muchos destinos interesantes y exóticos que desde Barcelona quedan muy lejos. O por lo menos es lo que parece. Por ejemplo Siria, su capital Damasco se encuentra a escasos 80 kilómetros de Beirut, a 25 de la frontera libanesa, ir hasta ella es, aparentemente sencillo y no debería suponer más de una hora y media de viaje en coche. Podrías hacer la compra en Damasco y volver a casa a comer. Una vez más la apariencia engaña, si todo va bien se alcanza la capital Omeya en 3 horas, eso si en la frontera no ha habido ningún problema, si no puede ser mucho más o has de dar media vuelta. Demasiado riesgo para mí, que todavía no tengo tramitada mi residencia.

Con Israel a no más de 95 kilómetros, podríamos suponer que con una mañana de viaje tranquila en coche, acabaríamos comiendo un Kebab en el barrio viejo de Jerusalén, la capital espiritual de las religiones monoteístas. Sobra decir que esto, desde el Líbano, es imposible de realizar.

Y qué decir de Petra en Jordania, para la cual hay que cruzar dos fronteras y una de ellas con Siria. Al final uno acaba por pensar que vivir en el Líbano es como vivir en una isla rodeada de tiburones. Dada esta realidad, y con la certeza de que necesitamos huir de la caótica capital por unos días, decidimos volver a Europa. Paradojas de la vida, el único país vecino con el que el Líbano parece mantener una relación cordial y al cual es fácil viajar es una isla Mediterranea que forma parte de la Unión Europea.

Chipre físicamente no está lejos, de hecho está muy cerca de Turquía y del Líbano. Hubo un tiempo, durante la guerra civil, en el cual la isla y el Líbano estaban unidos por un ferry diario. El punto de partida era Jounieh, al norte de Beirut y la ciudad del mundo con mayor concentración de Cristianos Maronitas como les gusta recordar a ellos, y que equivale a decir que Pamplona ostenta el récord mundial de la chistorra más grande. Durante los años de la guerra, el ferry a Chipre fue la vía de escape de las familias maronitas pudientes. Se refugiaban en Larnaca, el puerto de llegada del ferry, y esperaban a que se tranquilizara la situación.

Este ferry ya no existe, ahora se va igualmente a Larnaca pero en avión. El trayecto es de escasos 40 minutos, es muy poco tiempo para una distancia tan grande, pues llegar a Chipre desde Beirut es dejar atrás el frenesí oriental para llegar de nuevo a Europa. En definitiva sólo 40 minutos separan Oriente de Occidente.

lunes, abril 05, 2010

Las brasas de Fenicia

Tiro es una de las ciudades más importantes del Líbano en número de habitantes después de Trípoli, Saida y Jounieh, pero la sensación que produce al entrar en ella es de dejadez y abandono. Nada hace presagiar que pueda albergar algunas de las ruinas más imponentes de un pasado glorioso y brillante. Creo que esta sensación es similar a la que debieron tener los viajeros románticos de mediados del XIX al visitar la Roma decadente y provinciana de antes del Risorgimento- ¿Cómo es posible que semejante maravilla esté en tal estado de abandono? ¿Son conscientes del valor y responsabilidad que implica ser los herederos patrimoniales de tanta historia?-.

Accedemos por una carretera en muy malas condiciones, al recinto arqueológico dónde se encuentra uno de los mayores hipódromos de origen romano. Nada más llegar nos percatamos que no hay turistas occidentales, sólo nosotros, y además muy pocos visitantes. Lo que en principio sería un hecho de agradecer, poco a poco desvela el espíritu que inunda la ciudad, y posiblemente toda la región. Hay una atmósfera de estancamiento, de olvido, como de una letanía similar al canto del muecín que todo lo inunda, que todo lo adormece. El peaje por ser zona de paso de las continuas invasiones Israelíes y la estrategia de aislamiento intencionado de Hezhbola.

Caminamos por la vía romana de acceso al recinto rodeada de muchísimas tumbas de mármol y piedra que rivalizan en ostentación y refinamiento, todas ellas profanadas por siglos de ignorancia. De repente un grupo de niñas adolescentes vestidas de riguroso negro de pies a cabeza se acercan en grupo-son unas veinte- y nos preguntan entre risas inocentes de donde venimos- al contestar que somos españoles una de ellas, la más descarada dice- Ti amo, I love you!!!-contrasta su atuendo de mortaja medieval con su espontánea y divertida manera de avasallar, tan propia de unas niñas de su edad en cualquier país del mundo.

Una estética iraní para un pueblo de comerciantes, viajero y culto. No se me ocurre nada más impropio y paradójico, entonces es cuando reparas que bajo el ignomioso vestido, se vislumbran unas llamativas deportivas de marca, probablemente una falsificación de fabricación china, y que alguna de ellas lleva música occidental en su móvil que reproduce a todo volumen. No puedo más que sonreír y pensar que, afortunadamente, Irán está todavía muy lejos.

Acabamos el día comiendo pescado en un restaurante del paseo marítimo, al lado de la “universidad” que Hezhbola ha construido al inicio del mismo. Preguntamos si podemos pedir vino, el dueño nos dice con una sonrisa sarcástica que no sólo se vende vino sino que también se puede beber. Alguien me explica que Tiro fue durante muchos años, durante la guerra civil, un feudo de los partidos de izquierdas que apoyaban al Frente de Liberación Palestina que tenía base en la zona, y que todavía en la ciudad subyace ese espíritu de rebeldía ácrata contra el poder, antes Israelí, ahora islamista.

Mientra me tomo mi enésima copa de vino blanco libanés y miro la nueva universidad de Hezhbola, de color ocre y de marcado estilo oriental, no puedo dejar de pensar en aquello que leí una vez, no sé donde, que decía que el camino a la sabiduría se encuentra leyendo mil libros, no mil veces el mismo, por muy sagrado que éste sea.