viernes, abril 16, 2010

Hogar de dioses y monstruos

Para Oriente próximo Chipre ha adquirido el estatus de paraíso, un lugar donde soñar con la tolerancia. Las sociedades más musulmanas y más estrictas sueñan con ir a Chipre, allí pueden respirar y relajarse de sus rígidos corsés religiosos. Algo parecido a lo que sucede con el Líbano, sólo con más estabilidad y sobre todo, más bonito.

Llegamos al aeropuerto de Lárnaca, nada más llegar resulta inevitable la comparación con el aeropuerto internacional Rafik Hariri de Beirut. Instalaciones modernas para un aeropuerto nuevo, cómodo y confortable. Todo es fácil y la gente respeta las normas, no se puede fumar, es divertido comprobar lo que alguien me dijo de los libaneses, son los más respetuosos con las normas cuando viajan a otro país, y son los más irrespetuosos con las mismas cuando están en el suyo. La sensación de llegar a Europa se produce aunque sólo sea por simple comparación con el Líbano, supongo que esta sensación sería muy diferente de venir desde Barcelona.

Alquilamos un coche de marca japonesa, rigurosamente inglés: volante a la derecha, cosas de la herencia colonial. Será toda una experiencia conducir a la británica y no puedo dejar de pensar lo absurdo de esta práctica tan poco globalizadora que tiene más de ridículo orgullo patriota que cualquier otra consideración práctica que se le quiera buscar.

Nos movemos por la isla a través de autopistas totalmente gratuitas y en muy buen estado, descubriendo gratamente su similitud con el sur de Italia o Grecia, no sólo en el paisaje, también en las construcciones, en el carácter de las personas, en la comida, en las costumbres meridionales. Todavía vírgen al turismo de masas, conservando cierta inocencia rural. Pero poco a poco empezamos a descubrir que la República de Chipre también adolece ese extraño virus que afecta a esta parte del planeta, y que empiezo a creer que es un mal endémico del mismo Mediterráneo: el nacionalismo comunitario y religioso, el odio al otro.

La isla, la tercera en extensión del Mediterráneo, está dividida en dos, de hecho son dos repúblicas étnicamente diferenciadas, una de ellas, la turca, no reconocida por Europa. Se mantiene todavía de forma vergonzosa, una línea verde que divide la isla en dos, fracturando el mismo barrio viejo de la capital, Nicosia, como si de un Berlín de la guerra fría se tratase. En los años setenta una cruel guerra civil provocó su división, y al igual que en Líbano, la injerencia de las dos potencias vecinas, Grecia y Turquía, acrecentó la violencia y el sin sentido del conflicto.

Ahora las dos repúblicas viven totalmente de espaldas, y la entrada en la Unión europea de la parte griega ha generado evidentes diferencias y contrastes de desarrollo y bienestar entre ellas. Es sorprendente pasear por la calle comercial del centro de Nicosia y de repente encontrarte con el puesto fronterizo sin previo aviso, cortando el paso al transeúnte.

Otra vergüenza más de la miseria humana en la periferia de la nueva Europa, en el lugar donde la mitología griega situó el hogar de la diosa Afrodita.

4 comentarios:

  1. M'han entrat ganes d'anar-hi, és un lloc pendent de fa molt de temps... a la part "europea" pots fer servir els euros?

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  2. Totalment. Val molt la pena la costa nord, molt muntanyosa, verda i verge. Però vaja tota l'illa és molt poc turística, cal anar-hi ara bans no s'espatlli. Una abraçada!!

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  3. Fresca, literaria y vibrante...en el mejor estilo de las crónicas. Continua con este reportaje de nuestros días. Un saludo desde Escocia. Miguel.

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  4. Gracias Miguelito, en cualquier caso no olvides que, además, es subjetiva y parcial jajajaja

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