lunes, abril 05, 2010

Las brasas de Fenicia

Tiro es una de las ciudades más importantes del Líbano en número de habitantes después de Trípoli, Saida y Jounieh, pero la sensación que produce al entrar en ella es de dejadez y abandono. Nada hace presagiar que pueda albergar algunas de las ruinas más imponentes de un pasado glorioso y brillante. Creo que esta sensación es similar a la que debieron tener los viajeros románticos de mediados del XIX al visitar la Roma decadente y provinciana de antes del Risorgimento- ¿Cómo es posible que semejante maravilla esté en tal estado de abandono? ¿Son conscientes del valor y responsabilidad que implica ser los herederos patrimoniales de tanta historia?-.

Accedemos por una carretera en muy malas condiciones, al recinto arqueológico dónde se encuentra uno de los mayores hipódromos de origen romano. Nada más llegar nos percatamos que no hay turistas occidentales, sólo nosotros, y además muy pocos visitantes. Lo que en principio sería un hecho de agradecer, poco a poco desvela el espíritu que inunda la ciudad, y posiblemente toda la región. Hay una atmósfera de estancamiento, de olvido, como de una letanía similar al canto del muecín que todo lo inunda, que todo lo adormece. El peaje por ser zona de paso de las continuas invasiones Israelíes y la estrategia de aislamiento intencionado de Hezhbola.

Caminamos por la vía romana de acceso al recinto rodeada de muchísimas tumbas de mármol y piedra que rivalizan en ostentación y refinamiento, todas ellas profanadas por siglos de ignorancia. De repente un grupo de niñas adolescentes vestidas de riguroso negro de pies a cabeza se acercan en grupo-son unas veinte- y nos preguntan entre risas inocentes de donde venimos- al contestar que somos españoles una de ellas, la más descarada dice- Ti amo, I love you!!!-contrasta su atuendo de mortaja medieval con su espontánea y divertida manera de avasallar, tan propia de unas niñas de su edad en cualquier país del mundo.

Una estética iraní para un pueblo de comerciantes, viajero y culto. No se me ocurre nada más impropio y paradójico, entonces es cuando reparas que bajo el ignomioso vestido, se vislumbran unas llamativas deportivas de marca, probablemente una falsificación de fabricación china, y que alguna de ellas lleva música occidental en su móvil que reproduce a todo volumen. No puedo más que sonreír y pensar que, afortunadamente, Irán está todavía muy lejos.

Acabamos el día comiendo pescado en un restaurante del paseo marítimo, al lado de la “universidad” que Hezhbola ha construido al inicio del mismo. Preguntamos si podemos pedir vino, el dueño nos dice con una sonrisa sarcástica que no sólo se vende vino sino que también se puede beber. Alguien me explica que Tiro fue durante muchos años, durante la guerra civil, un feudo de los partidos de izquierdas que apoyaban al Frente de Liberación Palestina que tenía base en la zona, y que todavía en la ciudad subyace ese espíritu de rebeldía ácrata contra el poder, antes Israelí, ahora islamista.

Mientra me tomo mi enésima copa de vino blanco libanés y miro la nueva universidad de Hezhbola, de color ocre y de marcado estilo oriental, no puedo dejar de pensar en aquello que leí una vez, no sé donde, que decía que el camino a la sabiduría se encuentra leyendo mil libros, no mil veces el mismo, por muy sagrado que éste sea.

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