jueves, mayo 06, 2010

En el gran zoco

Damasco es una ciudad inmensa que esconde su dimensión gracias a una escala asequible, humana. Nada más llegar descubres que los escasos 80 kilómetros de distancia con Beirut son una distancia mayor de lo que parece. La gente, como visten, como se desenvuelven y el poco inglés que hablan ya es un síntoma evidente del cambio.

Además hay mucho más orden: la ciudad nueva tiene grandes avenidas, bulevares ajardinados y cuidados parques, el tráfico no es el caos napolitano que padece la capital del Líbano, hay semáforos que la gente respeta, no hay coches de alta gama, los taxis son de color amarillo y se distinguen claramente del resto de vehículos, y afortunadamente no pitan continuamente a los transeúntes, se pueden ver autobuses relativamente modernos con indicadores de cual es su destino y cual es su origen, eso sí, en árabe. Más cambios: el agua del grifo es potable y no hay cortes de luz. Quizá por todo esto Damasco produce la sensación de ser una ciudad tranquila y ordenada en comparación con el frenesí y el ritmo imparable de Beirut.

Llegamos a Bab Touma, una de las entradas a la ciudad vieja, es justo la que da acceso al barrio cristiano, una comunidad variopinta que representa un 15 por ciento de la población de Siria, son en su mayoría Ortodoxos. Nada más acceder nos encontramos inmersos en un laberíntico entramado de callejuelas, muy estrechas, algunas sin salida, una trama similar a la que se puede ver en Venecia o Córdoba pero con vida, con gente que la habita, la utiliza intensivamente desde hace muchos siglos. Es una ciudad medieval que sigue funcionando, adaptándose a los nuevos tiempos poco a poco. Los edificios son inequívocamente medievales, con sus estructuras de vigas de madera, no superando los tres pisos de altura. A esta parte de la ciudad no pueden acceder coches.

Sorprende al caminar la cantidad de pequeños establecimientos, talleres y tiendas que hay en todas las callejuelas, son de artesanos en su mayor parte, lugares donde se arreglan cosas, donde se recicla todo tipo de artilugios, desde zapatos hasta motores. Nada se tira, aquí todo parece tener una segunda vida. A excepción de una calle que comunica con la fastuosa Mezquita de los Omeya y la tumba de Saladino, no se percibe un turismo de masas ni una presión sofocante de los extranjeros ávidos de coleccionar fotos.

Damasco parece todavía vivir al margen de los grandes circuitos, mejor para nosotros pues nos permite disfrutar de un lugar casi mágico por su atmósfera de autenticidad oriental. Por la noche todavía sorprende mucho más, y es una recomendable experiencia deambular por sus callejuelas sin rumbo, perderse en los estrechos callejones tenuemente iluminados por bombillas de colores y un silencio sólo roto por el canto del muecín, el agua de alguna fuente y el murmullo musical de algún local donde alguien canta canciones orientales de cimbreante ritmo nostálgico. Una atmósfera de quietud, recogimiento y relajación que contrasta mucho con la frívola y despreocupada Beirut. Saboreamos estos momentos al igual que hicimos en Chipre. Cogemos aire para la vuelta.

Descubrimos el inmenso zoco cubierto, y la intrincada maraña de calles aledañas que lo extienden por los alrededores de la Mezquita y del Templo de Júpiter, el olor a especias embriaga y te recuerda la cercanía de la ruta de la seda, la arteria de las ideas y del refinamiento de Oriente hacía Occidente.

Volvemos de nuevo a Beirut en taxi colectivo, el cual compartimos con dos palestinas de Jordania, una beirutí y un matrimonio mixto de un sirio y una Ceilandesa. Pasamos el trayecto nocturno hablando distendidamente, compartiendo experiencias mientras el conductor nos lleva a la velocidad de la luz por las montañas que aíslan al Líbano, pasamos la frontera sin mayores complicaciones y al llegar a la última de las cadenas montañosas antes de la costa libanesa, desde lo alto del puerto la imagen nocturna y cosmopolita de Beirut se nos descubre iluminada a nuestros pies, gigante y densa al lado del Mediterráneo como si de una versión de Hong Kong levantina se tratase.

Reflexiono al respecto y empiezo a entender que pese a su desconcertante ritmo, su asfixiante desorden y su superficial vida alocada, no podríamos vivir en otro lugar de Oriente Medio. Sus excesos son sinónimo de libertad, algo que en Damasco, pese a su innegable encanto y belleza oriental, no se respira. A medida que descendemos la inclinada pendiente, me invade por primera vez la familiar sensación de estar llegando a casa.

4 comentarios:

  1. És curiós això que sentis arribar a "casa", ja t'has fet la ciutat teva...
    Una cosa hauríem d'aprendre dels artesans a Damasc, i és això que fan de reciclar qualsevol cosa, aquí haurem d'acabar fent-ho, el sistema capitalista on es predica que s'ha de créixer cada cop més, produir més... en lloc de desenvolupar-nos més, repartir la riquesa, fer un món sostenible i ser conscients que els recursos no són infinits...
    Per aquí a Catalunya, estem a maig i sembla que estiguem a febrer, fot una fred per Girona! I tothom ja porta el refredat a sobre, i és que vam tenir un període curt de primavera-estiu i tothom es va treure els abrics i ara tornem a posar la calefacció a tope...

    ResponderEliminar
  2. Muy interesante reflexión, señor Barceló. Especialmente el último párrafo, que creo que es el que explica todos los demás. El "orden y progreso" de Siria es fruto de una dictadura. También la España del general Franco era un país "ordenado, en el que la gente respetaba los semáforos". Por lo que usted cuenta, mejor el caos de la libertad en el Líbano, que el orden de Siria.
    Un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
  3. Jajaja desde luego Beirut es el paradigma del liberalismo: ausencia de Estado, de leyes,sacralización del mercado... ni en la peor pesadilla de Reagan se pudo concebir algo similar.

    ResponderEliminar
  4. Evidentemente la única manera de percibir una idea exacta del carácter de un lugar es empaparse insitu de toda su naturaleza. Como esa opción es eventualmente desaconsejable, me fiaré de la interpretación que nos regalas y envidiaré las vivencias libanesas un poco más que las sirias.

    ResponderEliminar