miércoles, marzo 24, 2010

Al borde de La Corniche

Una de las ventajas de vivir en Hamra, entre otras muchas, es tener la Corniche a dos pasos de casa. La Corniche es un paseo marítimo que recorre, o mejor dicho circunvala la parte de la ciudad que se introduce en el mar como la proa de un barco, como un apéndice de la misma que queda rodeado de mar por sus tres costados.

No hay un acuerdo entre los Beiruties en definir donde empieza y donde acaba este magnífico paseo. Algunos dicen que va desde el mítico St. George Yacht Club hasta el Luna Park, el triste y melancólico parque de atracciones que se encuentra al final de Hamra Street y que haría las delicias del Tim Burton más auténtico. Otros dicen que la Corniche acaba en la playa pública más allá de la Roca de las Palomas, enlazando con otro paseo marítimo, el nuevo Rafik Hariri avenue. Y por último hay unos pocos que opinan que acaba en el faro que hay en la punta de esta parte de la ciudad que queda dentro del mediterráneo.

Al margen de estas disputas estériles y tan libanesas, la Corniche es un balcón al Mediterráneo único y estratégicamente ubicado, que se convierte en un excelente mirador del mar, de la costa norte y del monte Líbano, todavía hoy cubierto por la nieve. La vista es espectacular e invita a la contemplación y al descanso, sobre todo en una ciudad tan densa y con tan pocos espacios públicos que permitan huir de la polución, el tráfico y ese caos tan genuinamente oriental.

Son las tardes de domingo cuando la Corniche despierta y saca a relucir todos sus encantos. Orientada a poniente, los paseantes se reúnen allí para disfrutar de un atardecer limpio y deslumbrante. Es un placer singular y económico que permite además de descubrir el retrato cultural y sociológico del Beirut más popular y humano, disfrutar de un atardecer como pocos.

Familias enteras se reúnen para pescar con sus rudimentarias cañas, muchas de ellas artesanales, heredadas de padres a hijos. Jóvenes sentados en los bancos de familiar y surrealista “trencadís” gaudiniano, fuman el Narguile y pasan la tarde plácidamente. Grupos de mujeres de mediana edad, cubiertas con pañuelos de colores y vestidas a la occidental, pasean de manera veloz, poniéndose al día de las pequeñas miserias familiares que cada una debe sufrir o quizá de las pequeñas alegrías cotidianas. Grupos de hombres se encuentran y hablan mientras comen alguno de los tentempiés que ofrecen los vendedores ambulantes. Un padre de poblada y ostentosa barba juega al futbol con su hijo pequeño, vestido de manera humilde y cuidadosa, aseado y bien peinado para la ocasión, todo ello ante la atenta mirada de una madre cubierta con un pañuelo y un vestido negro, oscuro y oscurantista. Sonríen relajados. Grupos de quinceañeras, vestidas llamativamente a la occidental, se apoyan en la barandilla del paseo mientras sonríen pícaramente a algún grupo de adolescentes que visten orgullosamente camisetas del Barça, del Inter o del Manchester United, reflejos de un gran mundo lejano, allá donde el sol se pone. En este retrato de una tarde de domingo en la Corniche no parece haber cristianos, quizá no perciben como propios estos placeres tan cotidianamente vulgares.

Todo esto sucede al borde de la Corniche mientras recuerdo la Barceloneta de mi infancia, bajo la luz radiante de un sol levantino, nítido y luminoso como un cuadro de Fortuny o de Sorolla, que poco a poco se pone en Occidente, más allá de un mar azul y oscuro.

2 comentarios:

  1. Me gusta el aroma literario con que describes el paseo. Parece la introducción a un relato.

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  2. Aquesta és una pinzellada costumista del tarannà de la gent de Beirut, una descripció que ens fa viure virtualment l'ambient al port a tots els que et llegim, i ens fas somiar una estona... M'agrada molt.

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